Las “enanas de Balaguer” su paso de la leyenda a la realidad
Nada más lejos para estas mujeres de estatura reducida y andar obtuso que, sin más afán que el de sobrevivir, se convirtieron en una leyenda. Severina Germosén, Emelinda Butten y Tomasina Agramonte. Sus nombres son reconocidos por muy pocos, pero la figura de la enana barriendo la acera frontal de la casa de Joaquín Balaguer (1906 -2002), el caudillo que gobernó el país por 22 años sin contar los que sirvió a la dictadura de Trujillo, permanece inalterada en la memoria de muchos dominicanos.
Se trata de mujeres de educación limitada y orígenes humildes a quienes el azar, la pobreza y la superstición del líder del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) terminaron colocando en las crónicas de prensa y las páginas de la literatura. Pese a que se convirtieron en personajes muy populares, es poco lo que se sabe, con certeza, de la relación entre ellas y su benefactor.
Se ha escrito y dicho mucho, pero como era costumbre en los asuntos de Balaguer, el hermetismo se impuso. De ahí que no esté claramente definida la línea que separa lo real de lo fantástico en las historias que se han contado sobre las enanas.
Se dice que el enigmático líder reformista era muy supersticioso y acogía a enanos y enanas porque creía que su cercanía acarreaba buena suerte y rechazarlos, en cambio, apartaba los caminos de la fortuna.
También trascienden las versiones de que las enanas eran objeto de particulares ansias sexuales del fallecido líder político o que éste las acogía para aprovechar los supuestos poderes que tenían como presuntas practicantes de brujería.
Si se le plantea sobre el asunto a Joaquín Ricardo, sobrino del fenecido líder, la relación entre Balaguer y las enanas respondió a una acción de caridad y benevolencia por parte del caudillo reformista.
“Era un hombre que creía en cierto modo en el destino, pero no en que tener a alguien como un imán pueda dar buena o mala suerte. Él veía la parte humana, sabía que esas personas podían ser objeto de discriminación y situaciones más complicadas en otros lugares”, expresa.
Considera que la presencia de las mujeres en la casa de Balaguer, ubicada en la avenida Máximo Gómez 25, en la capital, se explica porque acoger a los pobres era una usanza muy arraigada en la familia, que se remonta a los años 30. Explica que para entonces la madre de Balaguer, doña Celia Ricardo, inició en Santiago la tradición de dar comida a personas sin hogar o muy pobres que después continuaron sus hijos.
En la literatura. Quizás el escritor que más se ha detenido en el tema de las enanas sea Viriato Sención. Se inspiró en estos personajes para escribir su famoso cuento “La enana Celania”, que narra la historia de una diminuta mujer con poderes sobrenaturales que llega a tener gran influencia en la casa del Presidente, incluso contra la voluntad de algunos miembros de la familia.
El escritor también hacía referencia a estas mujeres en su novela El pacto de los rencores. Otro autor que menciona a estas mujeres es Eloy Alberto Tejera, en El día que Balaguer muera. Hay, también, quienes interpretan que Manuel Rueda se refiere a estas mujeres en su libro Makandal y otros poemas.
Si se busca en las páginas de la prensa, la presencia de las enanas también es destacable. Incluso a nivel internacional. Una crónica sobre la muerte de Balaguer publicada en el diario español ABC el 15 de julio de 2002 hace la referencia en estos términos: “La leyenda de hombre casi inmortal que había hecho un pacto con las fuerzas del más allá y al que custodiaban como a un hijo dos criadas enanas parecía no tener fin”.
Sea por fetichismo o humanidad, fuera de las razones que llevaron a Balaguer a apadrinar a estas mujeres, está claro que el esplendor de la vida cerca del Presidente quedó en un pasado casi fantástico del que la realidad dista mucho. Tomasina Agramonte y Severina Germosén, dos de las enanas testifican que, con la muerte del líder del PRSC, culminó la etapa más extraordinaria de sus vidas.
Tomasina Agramonte: “Él decía que donde había enanos había suerte”
En Capotillo, el sector del Distrito Nacional en que creció, Tomasina es más conocida como Rosa. Tiene cerca de 50 años de edad y una fuerza expresiva tremenda. Sus ojos sobresalen como dos piedras en la cara negra y grande, por lo que no le es difícil alejar a los niños que curiosean mientras se desarrolla la entrevista con apenas mirarlos.
Los pequeños se van rápido, como si tras esa mirada continuara una descarga eléctrica. Y es mejor no esperar a que Tomasina hable. Los que la conocen saben que las quejas sobre su “boquita muy sucia” son constantes.
Casi desde su nacimiento fue confiada al cuidado de su abuela, que falleció el mes pasado, y de quien dicen los vecinos que habría heredado el carácter.
Desde que empieza el diálogo, Tomasina advierte que a ella no le interesa que la estén entrevistando ni haciendo fotografías si no le van a resolver sus problemas. “Mi problema es que desde que Danilo llegó a la Presidencia no me pagan la pensión de 3,000 pesos que me dejó Balaguer. Y ahora necesito 15 mil pesos para pagar la casa, que tuve que empeñarla (hipotecarla) para el entierro y los rezos de mi abuela”, dice la enana mientras aclara los ojos y echa hacia delante su enorme rostro.
Se queja de que lo mismo ocurrió cuando Hipólito Mejía asumió la Presidencia en agosto de 2000: “Cada vez que cambian al Presidente estoy con ese mismo ´teque teque´. Ya estoy cansada. Yo quiero hablar con Danilo para decirle qué es lo que hay”.
Se desahoga por un buen rato, haciendo referencia a un sinnúmero de problemas que, sumados, se resolverían con RD$50,00, una cantidad astronómica desde su pobreza material.
Por eso, a menudo se la ve pidiendo en algunas intersecciones del centro de la ciudad. Una realidad que contrasta mucho con su antigua vida en la casa de Balaguer. “Cuando Balaguer, yo nunca salí a la calle a ‘plagociá’. Nunca”, dice.
Alardea de que llegó a tener poder. En esto estaba cuando recordó una anécdota sobre un encuentro entre el ex presidente Leonel Fernández y Balaguer: “El doctor Leonel Fernández Reyna fue a la casa un día. Estaba yo barriendo afuera y no lo querían dejar entrar. Él me llamó y me dijo: ‘Pequeña, déjame entrar a ver a Balaguer’. Yo fui y le dije a Balaguer, y él me dijo: ‘Pásamelo, que lo que tú hagas está bien’. De la fecha de eso no me acuerdo”.
Tomasina dice que Balaguer la respetaba. “Él decía que donde había enanas había suerte”, recuerda. Cuando se le pregunta sobre la naturaleza de la relación que había entre ambos, responde que “a Balaguer no le gustaban las mujeres porque él se iba a meter a padre”. Habría llegado a afirmarlo en su presencia, según cuenta.
Ya no recuerda con precisión la fecha en que llegó a la casa del político, pero estima que desde ese día y el de la muerte de su protector, ocurrida el 14 de julio de 2002, debieron transcurrir unos 25 años.
En cambio, mantiene claros los detalles de cómo fue a parar allí. La primera vez, lo hizo de la mano de su abuela. “Ella ‘se la buscaba’ frente a la casa”, dice. “Yo entré allá porque la señorita Chavó, la hermana de doña Emma, me decía: ‘¿te quieres quedar aquí?’ Y yo me quedé. No me pagaban, pero me daban todo lo que necesitaba”.
Ese fue el primer gran cambio inesperado. El segundo acontecimiento que alteró su cotidianidad con brusquedad fue la muerte de Balaguer. “Ese día me tuvieron que poner inyecciones, porque estaba loca. Yo estaba en la clínica con él. Cuando entré, que vi al doctor, le dije: ¿venga acá, doctor, qué es lo que está pasando? Él me dijo que era muy difícil que… Mucha pena, imagínese. Claro que lo quería mucho. Ese era mi papá y todo”.
Ese día marcó el fin de su “bienestar” económico. Después del fallecimiento del líder reformista, dice que trabajó en la Corporación de Acueductos y Alcantarillados de Santo Domingo (CAASD), en la Lotería Nacional y en alguna empresa privada, pero en ningún lugar permaneció por mucho tiempo.
Aunque nunca ganó un salario, Tomasina cree que su mejor empleo se lo dio Balaguer. “Por eso yo soy balaguerista, hasta morir, hasta morir. Y desde chiquita”, dice con un énfasis rígido, más por los gestos de su cara que por la propia repetición. •
Severina Germosén: “Siempre le prendo un velón a la Virgen y le rezo a Balaguer”
Severina es introvertida y tímida. Su cuerpecito se contornea con gracia en la medida en que avanza, con paso corto, hacia la parada-control de autobús, en Guaricano, Santo Domingo Norte. Vestida de rojo de pies a cabeza hace su homenaje vitalicio a Joaquín Balaguer y se expone a las burlas de los muchachos de la terminal y de algunos usuarios de la ruta de transporte. Dicen “esa es la hija de Balaguer”, y ella guarda silencio.
El silencio es su respuesta predilecta si se menciona al fallecido líder; pero algunos momentos, pocos, se salvan. En esas ocasiones habla despacio, aunque por largo tiempo, como quien se abstrae del presente para alojarse en la memoria.
“Yo vendía billetes. Le fiaba a los que trabajaban con doña Emma, a Cuchito y Osirito, que eran los guardaespaldas. Cogía para allá todos los días y barrí de balde por un tiempo. Un día una señora que pasó por ahí me dijo: mira, agarra esa escoba, que esa escoba te va a dar un premio. Y yo me quedé barriendo allá. No me recuerdo del año. Todavía Balaguer iba al Palacio todos los días”.
Si es interrumpida, se calla. La entrevista tiene lugar en una guagua de concho, en el asiento más próximo a la puerta, y cada vez que un pasajero entra o sale, el diálogo se interrumpe. Es mejor no decir nada y esperar a que la pequeña Severina retome su narración, a su ritmo y a su tiempo.
“Yo me quedé ahí barriendo. Ellos me entraron para adentro, para que lavara los baños, los pasillos y todo eso. Duré como cinco o seis meses barriendo de balde. De balde no, porque ellos me daban mi comida. Había un hombre que se llamaba Castillo allá y yo le decía que me entre pa´ adentro. Él no me entraba y, después, él se fue y yo me quedé trabajando en la casa”.
Ahí pasó, según recuerda, unos veinte años. De esa época atesora muchos momentos. Cuenta que cuando le daba sus bendiciones a Balaguer, él le respondía quitándose el sombrero e inclinando la cabeza. Cuando lo dice, llora. Se queda quieta. Se limpia las lágrimas. Repara en que él la quiso: le daba comida y, en Navidad, mucha más de la que su familia podía comer; le regaló su casa, donde vive ahora con un hijo de crianza y la “dejó puesta”, para que el ex presidente Leonel Fernández le asignara una pensión de 23 mil pesos que es su único ingreso.
No sabe si los enanos dan suerte, pero le consta que Balaguer sí, al menos a ella: “Yo le agradezco a Balaguer. Le agradezco mucho, mucho, mucho…”
Recuerda que recorrió el país viajando con la escolta del líder, entre un mitin y otro. “Él les decía a los de seguridad: ‘cuiden a la enana, cuiden a la enana’… Por ahí yo no hacía nada. Estaba ahí con las otras. Y lo que él duraba por allá, eso duraba yo”.
El día que Balaguer murió ella estaba en su casa: “Me vinieron a buscar. Yo no lo creía”, es todo lo que puede decir antes de volver a llorar. Luego agrega que ese fue “el día más triste de la vida”.
Había venido de Nagua siendo adolescente, con una educación de apenas el tercer grado del nivel básico y reducidas probabilidades de encontrar trabajo. ¿Cómo llegaría a tener su casa propia e ingresos mensuales de RD$23 mil? Sólo Balaguer, a quien concebía casi como un Dios, podía hacer el milagro.
“Yo estaba en Nagua y cuando llegué encontré el mensaje de que Leonel me había mandado a buscar para darme una casa y ponerme una pensión. Y allá estaba toda la gente que trabajaba con Balaguer, todas las mujeres… Y lo más importante de uno es su casa”, expresa.
Ahora tiene 55 años y todo lo que ha adquirido se lo debe a la “generosidad” del fenecido líder reformista. Se da el lujo de decir que su vida transcurre en paz, en un ambiente muy modesto, pero sin la incertidumbre que produce no saber si mañana habrá comida sobre la mesa.
Por eso viste de rojo todos los días y luce su gorra del “partido colorao”. Tiene varias, pero la que usa hoy es la que más le gusta “porque tiene la cara de Balaguer”. ¿Nunca se la quita?, le pregunto. “Sí. Yo me la quito cuando me voy a acostar, yo me la quito”, dice con seriedad.
También en agradecimiento, visita la tumba de su benefactor, en el cementerio Cristo Rendentor, en cada aniversario de su muerte. Y en casa no faltan los rituales: “Yo siempre le prendo un velón a la Virgen de la Altagracia y le rezo a Balaguer”, dice la mujer, visiblemente triste, introduciendo el último silencio de la conversación.