Jesucristo “cuando nos arrebataron un sosuense”
Aquella calurosa tarde del 23 de agosto de 1971 los mensajeros de la muerte del balaguerato visitaron Sosúa. En aquellos años Sosúa era un caserío con más de aldea apacible que de pueblo. Sus callecitas, empedradas y afirmadas con caliche, todavía no soñaban siquiera con el privilegio de ser llamadas propiamente calles. La vida de la gente sencilla que por aquel entonces habitaba el poblado dependía de las dos industrias fundadas por la colonia judía en el sector llamado El Batey: la fábrica de quesos o Cilca y La Industrial Ganadera, dedicada a la elaboración de productos derivados de la carne. La escuela primaria, el cuartelito de los bomberos, cuya sirena tocada al mediodía estremecía el pueblo de punta a punta, la oficina de Educación y el cuartel de la Policía Nacional, ubicado al comenzar la calle Eugenio Kunhartd, al lado de la mata de guásima, la iglesia católica y el Templo Bíblico. Esto era Los Charamicos, el “casco urbano” y zona más populosa de Sosúa. Del otro lado, hacia el este, estaba El Batey, lugar en el cual se encontraban las dos citadas industrias, el consultorio médico del Dr. Naón García, la “Farmacia de los Judíos”, el Colegio “Cristóbal Colón” o “El Colegio de los Judíos”, y ya. Los caserones de los colonos se encontraban diseminados por las calles, también empedradas, del sector El Batey. Un par de automóviles hacían la ruta Sosúa-Santiago y unos pocos más viajaban desde Sosúa hasta la ciudad de Puerto Plata. Aquel fue el Sosúa al que llegaron los esbirros de la “Banda Colorá” aquella bochornosa tarde de agosto.
Radhamés Almonte (Memé o Jesucristo, debido a la barba que le ensuciaba el rostro) era un muchachón a quien la izquierda había sonsacado, llegando a formar parte del Movimiento Popular Dominicano (MPD). Vino al mundo como consecuencia de unos amoríos que mi tío Pedro Llibre había sostenido con una muchacha llamada Isabel Almonte. El muchacho, era, como que se llamaba por aquellos años, un hijo “natural” y en consecuencia no se crió bajo la tutela de su padre. Claro que tío Pedro sabía que éste era su hijo.
Jesucristo había sido captado por los emepedeístas mientras estudiaba en el Liceo José Dubeau, de Puerto Plata, donde se vio obligado a ir a estudiar debido a la inexistencia de un plantel de educación media en el Sosúa de aquel entonces. Dicen sus compañeros y amigos de generación que ya había sido advertido para que tomara precauciones, pues se rumoraba que lo estaban vigilando. Los que le conocieron atestiguan que Jesucristo tenía un defecto que no compaginaba con la actividad política: la candidez. Quizás no tuvo el alcance para comprender con quién se estaba metiendo: nada más y nada menos que con el heredero del sector más atrasado y recalcitrante de la sociedad dominicana post trujillista; un hombre que no paraba mientes con tal de mantenerse encaramado en el Palacio.
Aquel aciago día, un camarada puertoplateño, quien según los testigos del suceso hizo de Judas, había venido a Sosúa en diligencias políticas. Luego de haber pasado todo el día juntos, llegando incluso a comer en la casa de doña Isabel, al llegar el atardecer, el traidor le pidió a Memé que fuera a encaminarlo hasta la carretera que conducía a Puerto Plata, donde tomaría un carro. Siempre de acuerdo con los testigos, cuando alcanzaron la carretera, justo donde los carritos que hacen la ruta Sosúa-Puerto Plata toman pasajeros actualmente, el compañero siguió caminando, como al descuido, alejándose de la entrada de Los Charamicos. Estando distantes unos docenas de metros en dirección hacia Puerto Plata, justo enfrente de la entrada a Los Cerros y próximos a la casa de Rafael Capellán, ocurrió.
Como brotado de la nada apareció un carro con dos individuos a bordo. Se desmontaron los tripulantes, intentando meter a Jesucristo por la fuerza en el auto. El hijo de tío Pedro se resistió, iniciándose un forcejeo. Alguien se percató y corrió hasta el cercano cuartel de la policía. Una vez allí, alertó al comandante del destacamento, el teniente Martínez, de lo que estaba ocurriendo. Siempre de acuerdo con los testigos, el teniente salió precipitadamente, acompañado del raso Julio Gómez quien portaba una carabina “San Cristóbal”. Cuando llegaron a la escena, ya uno de los bandoleros le había propinado un maquinazo en la cabeza a Jesucristo, quien sangraba profusamente. Cuando el oficial policial inquirió que “qué pasa aquí?” uno de los matones le dijo: “teniente, no se meta en esto!” y dicen que al mostrarle un carné, el teniente Martínez reculó. Relatan los testigos que entonces Jesucristo le pidió al oficial: “teniente, no dejen que me lleven!”, y que éste replegándose exclamó: “yo no puedo hacer nada.. No puedo…” Finalmente, Radhamés Almonte fue introducido en el carro, el cual partió veloz, en dirección a Puerto Plata.
Es de imaginar el revuelo que causaría aquel acto en un pueblecito como aquel. Algunos osados, salieron tras el carro de los esbirros en vehículos y otros, como Rafael Capellán – otro Rafael Capellán, compañero de partido de Memé y no el dueño de la casa frente a la cual se escenificó el secuestro-, a bordo de una motocicleta de manufactura italiana tipo “Vespa”. Nada lograron. Los familiares del muchacho, con tío Pedro a la cabeza removieron cielo y tierra en busca del secuestrado sin el más mínimo resultado. Pareció como si a Jesucristo se lo hubiese tragado la tierra. No se logró la menor información sobre su paradero, ni vivo ni muerto. Para los sosuenses viejos aquel acto cobarde y ruin quedó como señal inequívoca de la perversidad de un régimen que practicó el más deleznable de los crímenes: la desaparición.