No lo intentes, no eres capaz… ¿Sabes qué es la indefensión aprendida?
Una experta nos explica por qué algunas personas acosada no se defienden. En el campo de la psicología cada vez cobran más fuerza las teorías que establecen la infancia como de partida de muchas de las vivencias que se tienen en la etapa adulta. Casos de acoso escolar, estar quemado en el porque tienes un compañero o un superior que te hace la imposible, casos de mal trato por parte de un familiar: una , una suegra, un hermano o la propia pareja y, siendo escenas de vidas cotidianas tan dispares entre sí, resultan tener un denominador común: la parte débil, la persona acosada que presenta idénticos síntomas ante esa situación injusta: no se defiende. No sabe, no puede.
Esto nos lleva a hablar de una teoría, no demasiado conocida a nivel general pero que lleva ya años de discusión académica. Fue un psicólogo norteamericano, Martin Seligman, quién la elaboró después de hacer un experimento con unos perros a los que encerró en una jaula.
Cada vez que intentaban abrir la jaula, a de ellos, le propinaba una descarga eléctrica. Al final, abrió la jaula y el perro al que había hecho daño desistió y no se fue de la jaula. Aprendió, a base de dolor, que no podía hacer nada por escapar de su destino y se resignó.
Esta teoría la aplicó, obviamente, a los seres humanos y estableció que nos comportamos de manera idéntica si, desde que somos pequeños, nos enseñan mediante actos con violencia, ya sea psíquica o física. Y esa manera idéntica es que perdemos la capacidad de defendernos ante hechos, a todas luces, de agresión hacia nuestra integridad como seres humanos.
Hemos hablado con Olga Carmona, psicóloga clínica de Psicología Ceibe y con amplia trayectoria y que ha tratado en su consulta numerosas personas que arrastran, desde su punto de vista y en buena manera, las teorías de Seligman.
—¿En qué aspectos de la vida cotidiana vemos plasmada la indefensión aprendida?
En todos los ámbitos, laboral, social, personal. En el terreno laboral es muy frecuente, suele aparecer en forma de «esto es lo que hay y haga lo haga nada va a cambiar», es decir, dejo de expresar mis deseos, mis derechos incluso, y sigo soportando una situación laboral de infelicidad (cuando no de abuso) porque creo que no tengo ningún poder sobre ella.
En el ámbito de lo social es como una pandemia, una creencia generalizada de que no tenemos ningún poder para cambiar la situación social, que somos irremediablemente vulnerables frente al poder político y económico. En lo personal tampoco es infrecuente encontrar personas con discursos y vidas instaladas en un modelo cuya expresión coincide con el de Indefensión o desesperanza aprendida. El conocido refrán: «Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer» traduce una manera de relacionarnos con el mundo instalada en la cultura.
—¿Cómo se hace con los niños, desde muy pequeños, para que crezcan seguros, fuertes, sin esos miedos?
—¡Es la pregunta del millón! Ojalá hubiera recetas magistrales que nos garantizaran el resultado. En conducta humana las cosas son enormemente complejas porque intervienen infinitas variables que además son dinámicas, es decir, el cambio es la única constante. Sin embargo, hay consenso dentro del mundo de la psicología sobre qué actuaciones no están indicadas cuando pretendemos vulnerar lo menos posible el potencial y desarrollo de un ser humano.
En este esquema en particular, no inocular indefensión aprendida en un niño tendría que ver con la coherencia, la incondicionalidad afectiva, el aprendizaje de estrategias de afrontamiento, la ausencia de miedo a las figuras de apego o parentales, la sustitución de la culpa por la responsabilidad, la motivación de logro y sobre todo la percepción de competencia, entre otras.
• Coherencia de los padres entre ellos y hacia el niño. Coherencia entre lo que dicen y hacen. Coherencia en lo que transmitimos que está bien o está mal. Cuando un niño percibe a los padres como un equipo consistente, sólido, en el que se puede confiar, entonces también percibe el mundo como un lugar seguro, no como algo hostil y caótico. Esto imprime confianza y autoestima en tanto los demás también son percibidos como no amenazantes y provee al niño de una visión positiva de sí mismo y de los otros.
• La incondicionalidad afectiva tiene que ver con que nuestros hijos se sientan amados independientemente de su comportamiento. Es decir, lo que siento por ti no es cuestionable, está fuera de la ecuación. Esto no significa que apruebe todo lo que haces o que no ponga límites cuando estos sean necesarios. Es decir, lo que intento canalizar adecuadamente es tu conducta, no a ti. Con lo que puedo estar en desacuerdo es que con que lo haces no con quien eres. Cuando un niño se siente amado, también se siente aceptado y desde ese lugar es mucho más fácil lograr los cambios que sean necesarios en su aprendizaje del mundo.
•La ausencia de miedo, por supuesto. El miedo es un elemento imprescindible para aprender indefensión, el miedo bloquea la posibilidad de actuar, coloca al organismo en un estado de alerta donde sólo es posible la huida o el ataque. Un niño no tiene posibilidad alguna de huir ni de atacar, por tanto se queda en un lugar paralizante de absoluta indefensión y donde su conciencia de vulnerabilidad invade su capacidad de reacción.
Cuando un niño siente miedo hacia aquellos a quienes también ama y deberían amarle, generaliza esta emoción al resto de ámbitos afectivos de su vida, aprende a amar desde el temor, y desde el temor sólo acabará por escaparse o por atacar, en el plano afectivo. La «Indefensión Aprendida» tiene que ver con el convencimiento de que hagas lo que hagas no habrá no se producirá un resultado distinto.
Es una brutal prisión psicológica, desconectada de la realidad, que bloquea cualquier posibilidad de cambio o liberación. Un ejemplo conocido es el método Ferber, en España llamado método Estivill, ya que este uno es un plagio del otro, que consiste básicamente en no atender la llamada de un bebé a una imperiosa necesidad de ayuda. Un bebé lo suficientemente pequeño como para que aún no tenga ni siquiera la herramienta de la palabra ni la motricidad como para «escaparse» o buscar ayuda por su propio pie.
Es decir, preso de una inmensa vulnerabilidad, dependiente en extremo, cuya única alternativa de supervivencia es elllanto. Si no obtiene respuesta a su petición de ayuda, aprenderá a que haga lo haga no cambia nada, a que él no tiene el poder de manejar la realidad, en última instancia, de que no existe (afectivamente hablando). Y este primer aprendizaje brutal quedará impreso en su cerebro aún en desarrollo, dejando una impronta que influirá en su forma de percibirse a si mismo y al mundo.
—¿Cómo debemos cuidar nuestro lenguaje a la hora de dirigirnos a los demás para no trasmitir esos valores tan profundamente negativos?
—El lenguaje crea realidad. La palabra culpa nos coloca en una posición de malestar que no invita al cambio y sí al resentimiento. La responsabilidad en cambio nos impulsa hacia delante, es un motor de motivación. Etimológicamente significa capacidad o habilidad de respuesta. En la desesperanza o indefensión aprendida, la víctima puede llegar a justificar el maltrato, a pensar que lo merece, se culpa.
La autoestima se daña tanto que cree merecer lo que le está ocurriendo. Es muy fácil entender este fenómeno con las mujeres maltratadas y porqué les resulta tan difícil escapar de la situación, no denunciar, perdonar una y otra vez… Están presas de sí mismas, anulada su voluntad y con una autoestima tan destruída que su capacidad de reacción es muchas veces nula.
—¿Y esto cómo lo aplicamos en la crianza de nuestros hijos?
—Me gustaría hacer hincapié en este aspecto de la crianza: la motivación de logro y la autocompetencia. Es muy común observar cómo se protege a los niños de la posibilidad de que pongan en marcha su potencial, de que desarrollen la capacidad de resolución de problemas, de que habiliten estrategias de afrontamiento ante la adversidad.
La cotidianidad del día a día ofrece numerables ocasiones en las que un niño es capaz de lograr todo esto y sentir que es competente, capaz. Aprende a intervenir y modificar su medio, aprende que lo que hace tiene un resultado positivo o no, pero que puede influir y modificar las cosas.
Esto es lo que los psicólogos llamamos «locus de control interno», frente al «locus de control externo» donde es la suerte, el destino o variables siempre externas las responsables de lo que ocurre y nos ocurre. El propio Seligman defiende que los niños necesitan fracasar. Necesitan sentirse tristes, enfadados, frustrados. Sostiene que cuando les protegemos de sentir estas emociones les privamos de aprender a perseverar. Y yo añado que, además, les privamos de aprender a sentirse competentes, dueños de sí mismos y de sus vidas.
La motivación de logro tiene que ver con saberse hábil para conseguir metas, objetivos. Es una especie de reconocimiento interno que nutre nuestra autoestima. Es la verdadera motivación porque no es externa, no depende de otros, sino que yo soy quien se sabe capaz y eso produce percepción de control. Sabernos artífices de nuestra vida, artesanos de aquello que vamos construyendo, nos hace sentir que tenemos una gran parte del control y que las circunstancias influyen, pero en última instancia, no determinan el rumbo.
—¿Qué frases heredadas generan ese estado?
—Todas aquellas que ningunean a la persona y no a su acción: «No vales para nada», «por mucho que te esfuerces no lo vas a conseguir», «no lo intentes», «no eres capaz», «por culpa tuya», «te quiero si eres, te portas… etc., «se hace lo que yo digo», «porque yo lo digo y punto»… el lenguaje es muy perverso en este sentido y está lleno de atentados contra la autoestima y la dignidad de los niños.
-¿Cómo se detecta esa indefensión, qué podemos hacer para cambiarla?
Es fácil de detectar. Son personas que han «tirado la toalla», que asumen su condición de víctima como un destino inmutable, depresivas, con una visión oscura y pesimista del mundo, se sienten como hojas manejadas por el viento. No toman decisiones, no asumen el control de sus vidas, justifican lo que les ocurre y sobre todo se sienten sin esperanza, profundamente indefensas.
Es una cárcel psicológica que se retroalimenta a sí misma porque, efectivamente, viven en un estado de vulnerabilidad tal que favorece que su vida sea oscura, derivando en muchas ocasiones en profundas depresiones clínicas. El cambio pasa por la reconstrucción de la autoestima, por encontrar un sentido a la vida, por realizar una labor intensa y meticulosa de toma de conciencia que vaya poco a poco devolviendo el poder a la persona.
-Acaba de publicarse un nuevo informe PISA, esta vez, hecho desde el prisma de la igualdad de género. Dicho informe señala que «la brecha de género en rendimiento académico no se encuentra determinada por diferencias innatas de capacidad». Y pide a padres, profesores, políticos y medios de comunicación el apoyo para que unos y otros «sean capaces de desarrollar todo su potencial» ¿Le sorprenden estos resultados? En absoluto. Durante siglos la mujer ha tenido un lugar de indefensión dentro de la estructura social.
No decidíamos, no contábamos. Las cosas nos ocurrían, sometidas al convencimiento de que eran otros, los hombres, quienes tenían el control y tomaban las decisiones. Hemos sido permeables durante cientos de años a formas aceptadasde indefensión, avaladas de forma unánime por toda la sociedad. Esto nos ha marcado como género indudablemente hasta el día de hoy, cuyas secuelas seguimos arrastrando de muchas maneras. Valga este ejemplo para ilustrar lo que planteo: sabemos que hay un enorme desequilibrio en las cifras de niños y niñas diagnosticados con Altas Capacidades Intelectuales, a favor de los varones.
Esto llevó a los psicólogos a preguntarnos por las razones, ya que en la población normal no hay una superioridad de género en la evaluación de la inteligencia, por tanto este desequilibrio no podía explicarse desde una superioridad de género. Haciendo screenings generalizados a diferentes poblaciones infantiles sin tener en cuenta si había o no indicios de sobrecapacidad, apareció el dato enormemente relevante de que los porcentajes de diagnóstico eran semejantes para ambos géneros.
Es decir, las niñas, conscientes de su superioridad intelectual ponen un enorme empeño en ocultarla para no perder la aceptación del grupo, lo que se ha venido a llamar Efecto Pigmalión Negativo. Disimular la superioridad para ser aceptadas: esta es la conclusión. Las mujeres tenemos pánico a no ser aceptadas por los demás y creo que las razones están en una cronificada autopercepción de inseguridad e incompetencia.
-¿Cómo se hace para seamos capaces de desarrollar su potencial?
Educando en igualdad. Esto suena muy tópico pero es que la mayoría de las veces no es real. Educar en igualdad no es que los dos géneros pongan la mesa (que también), es ofrecer modelos igualitarios de aprendizaje, es potenciar las capacidades que cada ser humano en desarrollo tenga independientemente de su género, es no caer en estereotipos que nos reducen a la categoría de objeto, es darnos cuenta de que los prejuicios sobre la diferencia de género nos corren por las venas y es imprescindible tomar conciencia de ellos para poder desmontarlos, es creernos de verdad que el potencial de una persona no viene determinado por el género y educar siendo coherentes con este principio. Las manos que mecen la cuna tenemos este poder y esta imperiosa responsabilidad.
Fuente: DERF