La curiosa historia del hombre que se envió a sí mismo por correo
Corría 1964 y un británico, Brian Robson, llegaba a Australia en un programa especial de inmigración. No le gustó y quiso volver rápido a Londres. Le faltaba dinero para pagarse un billete, así que su idea fue mucho más exótica: enviarse por correo de una ciudad a otra. Lo hizo. Y sobrevivió.
La idea de Robson no era nueva, años antes Reg Spiers, un atleta australiano, había realizado el mismo procedimiento pero a la inversa. Había conseguido enviarse a sí mismo con éxito desde Londres hasta Australia. En cuanto Brian Robson leyó en la prensa sobre las hazañas de Spiers supo que había encontrado su particular manera de llegar de vuelta a su país natal.
La cuestión es que Robson no tuvo en cuenta varias medidas que Spiers, quizá por haber trabajado en un aeropuerto por aquel entonces, sí tuvo. La más importante: poder salir de la caja si así lo necesitaba. Robson construyó una caja algo más pequeña y además se acompañó de una maleta gigantesca que le quitaba muchísimo espacio.
¿Qué puede salir mal?
Antes de emprender la aventura, se informó sobre los métodos de contrarrembolso (tampoco tenía dinero para pagar el precio del envío) y le dijo a la aerolínea, Quantas, que tenía que enviar un paquete con un ordenador a Reino Unido. Es irónico que, en un tiempo en el que una tabletacabe en cualquier mochila, “enviar un ordenador por correo” en aquel entonces implicaba construir una caja lo suficientemente grande como para albergar a una persona.
Robson se aseguró de que el paquete se enviaría por la ruta más rápida, unas 36 horas, y se metió en la caja con una linterna y dos botellas, una para el agua, otra para la orina, cerró desde dentro utilizando clavos y se acomodó como pudo.
La primera parte del viaje salió relativamente bien, pero también era la más fácil y la más corta, sólo desde Melbourne hasta Sydney. A partir de ahí, la mala suerte comenzó a ensañarse con Robson. En el intercambio de aviones en el aeropuerto de Sydney, y puesto que la caja no tenía ningún indacativo de “Frágil” o “Este lado arriba” (otro de los flagrantes errores que tuvo) los operarios descuidados la dejaron boca abajo sobre la pista.
Las siguientes 22 horas de Robson transcurrieron boca abajo, con la sangre en la cabeza y con una situación que se complicaba por momentos. Se había asegurado a la caja con unas correas, y aunque se suponía que debían ayudarle en realidad se convirtieron en su peor enemiga. La maleta que había decidido llevar, enorme, también recortaba drásticamente sus posibilidades de maniobra para recolocarse. Por fortuna, al llegar al siguiente aeropuerto volvieron a colocar la caja en la posición adecuada.
Llegados a este punto, lo que no sabía Robson es que su suerte todavía podía ir a peor. Puesto que el vuelo original a Londres estaba completo, Quantas cargó el paquete en otro avión de Pan American que también iba a llegar a Reino Unido solo que siguiendo una ruta más corta. Durante ese trayecto, el dolor por haber estado tantas horas comprimido y en una posición comenzó a hacerse insoportable, además comenzó a tener serias dificultades para respirar. Pronto, comenzó a perder la consciencia y a dormitar sumido en pesadillas.
Aterrizó en el lugar equivocado
Cuando el avión aterrizó por fin, Robson asumió que había llegado por fin a casa. Trató de ver la hora y la fecha en su reloj, pero para ello necesitaba la linterna. Aunque consiguió agarrarla y encenderla, el agarrotamiento muscular que tenía era tan grande que sin querer se le escurrió y quedó en el fondo de la caja, completamente fuera de su alcance.
Un operario, extrañado al ver la luz que asomaba entre las rendijas de la caja y los ruidos involuntarios de Robson, procedió a abrirla. Al principio pensó que tenía delante un cadáver. Luego se dio cuenta de que aunque la persona de ahí adentro estaba viva, no podía moverse ni emitir sonido alguno. Alarmado, llamó a varios compañeros y a la seguridad del aeropuerto que se dispusieron a sacar con cuidado a Robson de la caja. Y de ahí, lo llevaron al hospital.
La caja en la que viajó Robson, con la maleta. Imagen: BBC
En total, había pasado 4 días enteros metidos en la caja. Si el trayecto final del viaje se hubiese completado, puesto que la ruta entre Los Ángeles y Londres pasa por encima del polo norte, probablemente se habría congelado. En lugar de mandarlo de vuelta a Australia y con la intención de conseguir un poco de publicidad gratuita, Qantas lo puso en un vuelo a Londres, primera clase. Las autoridades americanas, por lo surrealista de la historia, decidieron no presentar cargos contra él y su entrada ilegal en el país.
Como con el primer caso de Reg Spiers, el suceso desató la locura entre los medios de la época, y Robson llegó incluso a conceder varias entrevistas y a conocer Spiers. El viaje de Spiers,fue mucho más llevadero y sembrado de algo mejor suerte, aunque por poco se deshidrata en su trayecto por Bombay. Llegó sano y salvo en un viaje de 3 escalas, saliendo y entrando de la caja mientras estaba en el compartimento de carga y una vez en el aeropuerto de destino, Perth, salió cuando no había nadie cerca, se puso un traje que llevaba consigo para parecer un hombre de negocios y se marchó andando del aeropuerto hasta su casa.
Robson recuperándose en el hospital.
Aunque alocadas, ambas historias son vestigios de un pasado donde la aviación comercial todavía daba tímidos pasos y donde la seguridad y las medidas internacionales tan estrictas. Hoy en día, lo más probable que es las cajas de sendos lumbreras no hubiesen pasado de la puerta del aeropuerto.
Reg Spiers, por cierto, se vio envuelto años más tarde en un caso de contrabando de drogas que lo llevó al borde de la sentencia de muerte y a ser perseguido por las autoridades de 3 países distintos. Su historia está novelada en el fantástico “Out of the Box: The Highs and Lows of a Champion Smuggler“. [Fuentes: BBC, ITN,BBC, News AU, Reg Spiers]