Curry y la nueva NBA: El tamaño ya no importa
Golden State campeón esta noche en unas Finales en la que los pívots clásicos se han quedado antiguos. En este nuevo escenario reina un MVP de 1,91.
Russell, Chamberlain, Kareem, Walton, Olajuwon, Shaquille, Duncan… Históricamente, y salvo que anduviese por allí un tal Jordan (les sonará, es el que hacía anuncios), el camino más rápido hacia el anillo de la NBA era tener un pívot dominante. Los centímetros eran la ventaja definitiva. Hasta ahora. Perdiendo 2-1 en las Finales, Golden State decidió cambiar su quinteto en el cuarto encuentro: Kerr sentó a su ‘cinco’, Andrew Bogut (2,13 metros), para meter un escolta de 1,98, Andre Iguodala, que había sido suplente en los 95 partidos anteriores. Con Harrison Barnes (alero de 2,03) como titular más alto, los Warriors barrieron a Cleveland. En el quinto partido, los Cavs se sumaron a la fiesta: Mozgov (2,16 y en una gran forma) sólo disputó 9 minutos. Durante el tramo decisivo, Blatt se la jugó con cuatro exteriores alrededor de LeBron (2,03), que se inventó una posición desconocida: el pívot-base. Casi le basta, porque sigue siendo el rey, pero en la nueva NBA de los bajitos, Stephen Currymata gigantes con una pelota naranja.
Este ‘small ball’, quintetos pequeños plagados de jugadores capaces de hacer más cosas que una navaja suiza, llevaba asomando años. Le ha valido a EEUU para dominar en los torneos de selecciones y ha reinventado la posición de ala-pívot, cada vez más ala y menos pívot. Pero en la NBA, con los Suns de D’Antoni y Nash como referencia, se consideraba que era un recurso y no una solución, unos bonitos fuegos artificiales: así no se ganan títulos. Y, aunque es cierto que estas Finales lo han llevado a un extremo no sostenible, si los Warriors logran esta noche el anillo con su formato liliputiense, a los tacañones les tocará quemar sus viejos apuntes y la moda se hará costumbre. Y qué mejor símbolo para esta revolución que Curry, un genio delgado de ‘solo’ 1,91 que es pura fantasía. Un jugador sin referentes históricos porque es distinto a todo lo que habíamos visto. Un unicornio. Un tipo que cada noche mete triples como este (no dejen que lo vean sus hijos, lo que le hace a Dellavedova puede asustar a los más sensibles):
En realidad, nadie encaja mejor en esta NBA sin posiciones definidas que LeBron, el jugador más completo de la historia, una bestia capaz de promediar 37 puntos, 12 rebotes y 9 asistencias en unas Finales y que ni nos asombre. Creas un equipo con él y cuatro jugadores al azar, de cualquier altura y nivel, y tienes un candidato al anillo. Por lo que sabemos, podría ser un mutante, un cyborg o un dios, opciones todas mucho más razonables que asumir que es de la misma especie que Paquirrín. Pero ese aura de fenómeno de la naturaleza le aleja del pueblo: se le admira, pero no se aspira a ser como él, de la misma manera que un gato no fantasea con ser un tigre.
Por eso tiene sentido que sea el ‘pequeño’ Curry, el chico de la sonrisa de diamante y la muñeca de seda, quien se haya convertido en la nueva imagen de esta NBA talla S. De mayor, Superman quiere ser LeBron, pero el resto sueña con ser Steph. Porque él sí es humano o, al menos, lo aparenta. Ese es su gran truco. Como Kevin Spacey cojeando en Sospechosos Habituales, ha convencido al mundo de que el diablo no existe, que es inocente, que es uno de los nuestros. No se lo crean, es una trampa: aunque muchos pueden tener su físico, nadie ha tirado así, ha botado así, ha driblado así, ha improvisado así. LeBron es Terminator, sí, pero Curry es Harry Potter en espabilado, y la magia, como la clase, se tiene o no se tiene, pero no se compra. Eso sí, se disfruta. Muchísimo. Él reina en la nueva NBA, donde la habilidad se ha impuesto al tamaño. Bien.