4 reacciones emocionales que aumentan el riesgo de sufrir un infarto
Si bien las reacciones emocionales intensas en sí mismas no son condición suficiente para provocar un infarto o cualquier otro tipo de problema cardiovascular en una persona sana, sí pueden ser un factor de riesgo.
Dicen que no sufrimos por las cosas que nos pasan, sino por cómo pensamos sobre ellas. Es bastante obvio. Si crees que nada irá bien, te sentirás tan mal que no harás nada por evitar un desenlace negativo.
Por otro lado, lo que no nos dicen a menudo es que podemos morir según cómo nos sintamos. Es decir, el hecho de darle prioridad a una reacción emocional frente a otra puede tener consecuencias nefastas para nuestra salud.
Durante años, la medicina ha ignorado la importancia de la mente en el inicio y en el desarrollo de numerosas enfermedades físicas. Sin embargo, contamos cada vez con más evidencias científicas de que nuestras emociones tienen mucho que decir como factores de inicio, de mantenimiento o de curación de diversas patologías.
En concreto, en este artículo os vamos a hablar de las cardiopatías. Las cardiopatías coronarias son responsables del 40-50% de los fallecimientos en países industrializados.
Además, dos tercios de estas muertes tienen un carácter súbito, es decir, que no se puede hacer nada por la vida de la personas tras el ataque. A continuación, vamos a ver cómo afectan nuestras reacciones emocionales a estas enfermedades.
1. Los ataques de ira aumentan el riesgo de cardiopatías
Cada vez acumulamos más estudios que dan crédito a eso de “Relájate que te va a dar algo”. Y es que, tras un ataque de ira, el riesgo de sufrir un ataque cardíaco aumenta hasta un 75% durante las horas posteriores.
Así, tal y como suele suceder en la pequeña y en la gran pantalla, una fuerte discusión puede desencadenar un infarto. De hecho, en un estudio de la Universidad de Sidney (Australia), los psicólogos investigadores que trabajaban con esta cuestión encontraron que, antes del ataque, muchas personas experimentaban sensaciones como tensión muscular, pérdida de control y la sensación de estar a punto de estallar.
En este estudio se examinó cuáles eran los principales desencadenantes de estas sensaciones:
- Discusiones familiares: 29%
- Discusiones con otras personas: 42%
- Problemas en el trabajo: 14%
- Situaciones vinculadas al tránsito automovilístico: 14%
2. La ansiedad, otro factor precipitante
Además de que padecer ansiedad es un factor que nos predispone a sufrir un infarto, también puede convertirse en precipitante. De hecho, el riesgo en los momentos posteriores a un ataque de ansiedad o a una temporada ansioso es aún mayor que tras un ataque de ira.
Por ejemplo, el trastorno de pánico puede agravar el estado de un paciente cardíaco y la isquemia cardíaca puede exacerbar los síntomas del pánico. Esto último puede ser debido a la hiperventilación que, incrementada por la ansiedad, podría producir un espasmo coronario.
Esto sucede porque se producen cambios a nivel fisiológico, tales como aumento de la tasa cardíaca y de la presión arterial, un endurecimiento de los vasos sanguíneos y un incremento de la coagulación de la sangre. Todo esto, como sabemos, aumenta el riesgo de sufrir un infarto.
3. La hostilidad, otra pieza fundamental del rompecabezas
Como venimos comentado, el estrés y las emociones negativas desempeñan un papel más importante sobre las enfermedades cardíacas que otros factores tradicionales como el colesterol, la edad o la hipertensión. Además, estas emociones negativas pueden ser tanto causa como consecuencia.
Así, la hostilidad parece estar relacionada con el inicio de la enfermedad. En cuanto a su influencia en el desarrollo del problema cardiovascular, su papel está menos claro. Esta inconsistencia puede deberse a la dificultad a la hora de diferenciar los componentes de este concepto.
No obstante, hay numerosas propuestas sobre esto. Una de las más conocidas plantea que aspectos más cognitivos como el cinismo y la desconfianza junto con la ira, la irritabilidad y el desprecio pueden estar relacionados con la enfermedad.
4. ¿La depresión enferma al corazón?
La depresión ha sido asociada de manera consistente con la muerte por infarto de miocardio. Posiblemente, esto esté relacionado con el “agotamiento vital” o, lo que es lo mismo, la sensación de fatiga y de pérdida de energía o vigor más el aumento de la irritabilidad y los sentimientos de desmoralización.
De hecho, hay estudios que afirman que la fatiga precede la ocurrencia del infarto incluso tras controlar el ánimo depresivo y la irritabilidad. Sin embargo, estos dos últimos síntomas en conjunción predicen el infarto sin el efecto de la fatiga.
Como es obvio, las reacciones emocionales intensas en sí mismas no son condición necesaria ni suficiente para provocar un infarto o cualquier otro tipo de problema cardiovascular en una persona sana.
Sin embargo, la acumulación de factores de riesgo como, por ejemplo, el sobrepeso, la arterioesclerosis o la hipertensión puede ayudar a que actúen como detonantes.
¿Quieres conocer más? Lee: Cómo afrontar la tristeza antes de que se convierta en depresión
No obstante, padecer de ansiedad crónica, tener ataques de ira frecuentes y ser personas agresivas y hostiles de manera habitual puede desencadenar este tipo de enfermedades con facilidad.
O sea, este es el típico dilema del huevo o la gallina; es decir, ¿qué va antes? Lo cierto es que pueden darse en cualquier dirección, y es precisamente esto lo que es interesante destacar.
Debemos gestionar nuestras emociones y cuidar de que no lleguen a ser demasiado fuertes, intensas o habituales como para perjudicarnos.
Estos estudios se suman a la evidencia de que el cuerpo vincula los disparadores emocionales agudos con la aparición de infarto de miocardio. No obstante, se necesitan futuros estudios que identifiquen a las personas más vulnerables, pues así podremos anticipar cuándo ocurrirá un infarto y estudiar nuevas terapias preventivas.
Lo que nos queda claro es que estos cuatro estados emocionales desempeñan un importante papel en nuestra contra. Llevar un estilo de vida sano no solo requiere alimentarse adecuadamente y realizar ejercicio físico, sino que también tenemos que cuidar nuestro bienestar mental.
Por ello, aprender a controlar la ira y la hostilidad, manejar nuestra ansiedad con técnicas de relajación y tratar la depresión puede aumentar nuestra calidad de vida.