La información ya no puede ser un producto, sino un flujo
Con el advenimiento de Internet se ha producido un fenómeno creciente que puede sintetizarse en el acrónimo FLOSS (Free/Libre Open Source Software, software libre y de código abierto) que, sumado a las arquitecturas colaborativas tipo Wikipedia, han transformado la información para siempre.
Hasta el punto de que la información ya no debería considerarse un producto, y mucho menos un producto con el que comerciar (como se comercia con el jamón u otros físicos no transformables en bits, es decir, a una entidad física de coste marginal próximo a cero). Y eso se aplica de igual modo a las noticias, al periodismo, al entretenimiento, al arte y a la cultura en todas sus manifestaciones.
Cuando el producto era necesario
Si la información ha sido un producto hasta ahora se debe fundamentalmente a que tuvo que adaptarse a un espacio, un tiempo y unos planes de producción específicos: los átomos cuestan más dinero que los bits e imponen escenarios de escasez y prácticas que tienen de al monopolio y las jerarquías inflexibles. Como abunda en ello Yochai Benkler en su libro seminal La riqueza de las redes sociales:
Una vez producidas las expresiones culturales, canciones o películas, y fijadas en algún soporte de almacenamiento y transmisión, era la economía de producción y distribución de bienes físicos la que tomaba las riendas del proceso. La producción de las expresiones iniciales y de sus soportes físicos exigía altas inversiones iniciales de capital. A partir de ahí, realizar muchas copias no resultaba mucho más caro que realizar pocas, y ciertamente era mucho más barato desde el punto de vista del coste unitario. Por consiguiente, estas industrias se organizaron para invertir grandes sumas en realizar un reducido número de “artefactos” culturales de producción muy costosa, que luego eran reproducidos y fijados en copias de bajo coste, o emitidos y distribuidos a través de costosos sistemas orientados a un consumo efímero de bajo coste marginal en pantallas o mediante receptores.
Ahora, sin embargo, la información puede regresar a su estado natural, antes de que se convirtiera en una mercancía, pues la información ya no es escasa, sino abundante: no empieza nunca, no acaba nunca. Según la imagen del pionero de la tecnología Dave Winer, la información es un río. Fluye.
Información fluida
Y en ese escenario la información ya no fluye de un grupo de comunicación hacia las personas, sino de personas a personas. Cuando nació Twitter, por ejemplo, advertimos hasta qué punto esto era así, pero lo más importante fue otra lección: las posibilidades de Twitter no fueron descubiertas por sus creadores, sino por sus usuarios. Tal y como explica Jeff Jarvis en su libro El fin de los medios de comunicación de masas:
Sus usuarios no trataban de ser periodistas retransmitiendo noticias al mundo. Simplemente, utilizaban Twitter para compartir lo que sucedía a su alrededor con las personas que conocían. A veces, lo que sucede a tu alrededor es noticia. (…) Cuando los afectados por terremotos en China o tsunamis en Japón acudían a Twitter a compartir lo que les sucedía, principalmente trataban de informar a sus familiares y amigos. Pero lo hacían en público, así que informaban al mundo.
El futuro profesional del periodista, pues, no será tanto el crear contenidos o, incluso, el tratar de elaborar análisis, como el discernir entre los nodos y las redes en internet, y añadir cierto contexto.
En el pasado los periodistas tenían agendas repletas de expertos a los que podían llamar para citarlos. Ahora esos expertos, igual que los participantes en las noticias y los testigos de las mismas, pueden compartir lo que saben, y efectivamente lo hacen, sin necesidad de que intervengan los medios de comunicación.
La información debe de ser un flujo porque la realidad es un flujo y cambia segundo a segundo. Un flujo que solo los ciudadanos son capaces de cubrir porque son muchos y resultan ubicuos, y saben hacerlo de una forma más eficiente que un canal de noticias por cabe de 24 horas.