Sesenta años de la muerte de James Dean, el mito por excelencia
El 30 de septiembre de 1955, el «pequeño bastardo» que conducía el actor se estrelló contra un Ford camino de una carrera.
La fuerza del mito es tan poderosa y nuestras ganas de simplificar tan grandes, que suele pensarse que James Dean solo apareció en tres películas, todas ellas obras maestras: «Al Este del Edén», «Rebelde sin causa» y «Gigante». La madre de todas las bases de datos cinematográficas, IMDb, le atribuye 31 títulos, la mayoría series de televisión o papeles sin fuste ni reconocimiento escrito. En realidad, Jimmy Dean consiguió su primer trabajo en un anuncio de Coca-Cola, detalle sin importancia a la hora de forjar su leyenda, construida con los mejores materiales posibles. Hace hoy sesenta años, su «pequeño bastardo» -como llamaba al Porsche Spyder 550 en el que Alec Guinnes ya creyó reconocer un ataúd-, se estrelló camino de Salinas, cerca de San Francisco, donde le esperaba otra carrera de coches. Cumplía así como pocos las premisas fundamentales para entrar en el Olimpo: vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver.
James Dean tenía 24 años y ni siquiera pudo ver estrenadas sus dos últimas películas. Dicen que «The New York Times», pocas veces tan falto de reflejos, le dedicó cuatro líneas. Él mismo se ahorró el preestreno y hasta los nervios del nominado, en una doble candidatura póstuma al Oscar que nadie ha superado. Descubierto por Elia Kazan, en un par de años le había dado tal acelerón a su carrera (ni Marilyn emuló su vuelta rápida) que llegó justo a tiempo de dejar terminado el molde, con la pintura todavía húmeda, de joven airado, que los chavales del tercer milenio siguen usando.
Seis décadas después de aquel accidente, la llama de aquella mirada sigue viva y los artistas de las nuevas generaciones mantienen la necesidad de cantarlo. No solo R.E.M., los Eagles («Too fast to live, too young to die»),Don McLean, Lou Reed y nuestro Luis Eduardo Aute, claro, han glosado su fugaz estrellato. Beyonce, Lana del Rey, Taylor Swift y otras criaturas recientes también lo citan como a un coetáneo. Sus pupilas nerviosas enmarcadas en un gesto de incomprensión, de miope profundo, se clavan aún en la memoria del espectador no avisado. Inútil tratar de evitarlo.
«Al Este del Edén» (1955)
James Dean no tuvo una vida fácil, por supuesto. Obsesionado con Marlon Brando, que no le devolvía las llamadas de perturbado, supo quedarse con un papel al que aspiraban nada menos que Paul Newman, Montgomery Clift y el propio Brando. Por viejos o por blandos, el personaje de Caleb (por no llamarlo directamente Caín) se lo quedó un semidesconocido que niJohn Steninbeck habría soñado cuando escribió la novela. Tiene gracia que el bueno de Paul, corredor de zancada larga y mirada azulada, acabaría heredando sus papeles en «Marcado por el odio», «El zurdo» y «La gata sobre el tejado de zinc».
«Rebelde sin causa» (1955)
Nicholas Ray dirigió su segunda gran película, «Rebelde sin causa», un título que además de sus virtudes fílmicas condensa en tres palabras un arquetipo inmortal. Otros dos jóvenes malogrados, Natalie Wood y Sal Mineo, completan el memorable reparto, y aunque la historia es imperfecta, la carrera de coches, la chupa roja y el retrato generacional mantienen la vigencia del filme.
«Gigante» (1956)
George Stevens, un gran cineasta no del todo valorado, dirigió la segunda obra póstuma del mito, acompañado esta vez por Rock Hudson, para muchos el verdadero gigante de la película, por Elizabeth Taylor y por secundarios como Dennis Hopper, en algunos espectos su heredero, y de nuevo Sal Mineo. Taylor, experta en el género, fue además una de las personas que más lo conocieron y mejor supieron quererlo.
La película es un monumento irregular con grandes instantes de intensidad interpretativa. Casi tiene gracia que los actores estén tan mal envejecidos, empezando por el propio protagonista, aunque a la vista está que la realidad no ha sabido desmentir el trabajo de los maquilladores. Tampoco sabremos nunca cómo habría sido su carrera, aunque por los títulos que dejó sin empezar siquiera las perspectivas eran fantásticas. Elia Kazan creía, sin embargo, que su carrera no habría sido demasiado larga, una forma suave de darle las gracias a la muerte.
James Dean está enterrado, por si alquien quiere visitarlo, en el cementerio de Fairmount, Indiana, a casi cuatro mil kilómetros del lugar donde murió.
Y si alguien tiene ganas de revisar sus obras casi completas, el canal TCM le rinde hoy el homenaje que no cabe esperar de otros. A las 16.45 nos proyecta «Gigante», a las 20.05 «Al Este del Edén», y a las 22.20 podremos volver a ver «Rebelde sin causa». No hay muchas maneras de pasar mejor el miércoles.