La intranquilidad de la adolescencia revivida durante el aislamiento
Cuando Meera Parat decidió irse de su apartamento de una habitación en Seattle y regresar a su hogar de la infancia en Palo Alto, California, supuso que solo se quedaría allá unas cuantas semanas.
Tres meses después, Parat, de 25 años, analista de datos, aún estaba tomando videollamadas desde la habitación de su infancia, que está decorada con trofeos de participación de la primaria y notas con chistes locales. “Probablemente está exactamente igual que como lo dejé en el bachillerato”, comentó.
Una encuesta reciente del Centro de Investigación Pew halló que aproximadamente el 20 por ciento de los adultos estadounidenses se mudaron o conocen a alguien que se reubicó de manera permanente o temporal debido a la pandemia. El estudio halló que los ingresos más altos y la educación desempeñaban un papel al determinar quién podía mudarse.
Algunos se mudaron para reducir el riesgo de contraer el virus; otros, debido a la inestabilidad financiera o al temor de pasar solos la cuarentena. Muchos se fueron de las ciudades y regresaron a sus pueblos de origen más pequeños. En casa de su familia, muchos dormían y trabajaban en las habitaciones donde crecieron, y dijeron que era como visitar un museo lleno de reliquias de sus identidades pasadas.
Chinazor Offor, de 25 años, que trabaja en el sector del comercio digital en Bustle Digital Group, al principio lo dudó, pero cuando ocurrió la pandemia y redujeron sus horas a la mitad, se dio cuenta de que no podía costear vivir en Nueva York.
Decidió regresar a casa de sus padres en Senoia, Georgia, a finales de abril para pasar el resto de la cuarentena con ellos. Después de estar lejos de Nueva York durante casi dos meses, Offor dijo que se sentía menos distraída por el barullo y el caos de la ciudad. Comenzó a practicar guitarra de manera regular, después de haberla tocado en el bachillerato.
“No sé si podría regresar después de sentir que puedo saldar mis deudas”, dijo Offor. “Ahora puedo ahorrar por primera vez”.
Límites con padres e hijos adultos
Kendall Ciesemier, quien condujo trece horas desde Brooklyn a la casa de sus padres afuera de Chicago, dijo que, en algunos aspectos, regresar a su entorno de la infancia implicaba volver a la dinámica que tenía con sus padres cuando era pequeña.
“Navegar el mundo desde mi habitación de la infancia es como un sentimiento extraño de disonancia y de sentirme en una etapa intermedia”, dijo Ciesemier, de 27 años, productora en una organización sin fines de lucro. “Finalmente llegué a un punto en el que estoy muy cómoda. Finalmente salí del agujero de los empleos para novatos y las primeras etapas de la vida tras la universidad”.
A veces, estar en casa de sus padres hace que Ciesemier se sienta como si “quizá no hubiera crecido en realidad”.
“Lo extraño fue tener que decir cosas como: ‘Esta es mi habitación y, si la puerta está cerrada, debes tocar’”, comentó.
“Tuve una cita por FaceTime y mi mamá entró a la habitación porque le dije que estaba hablando con mi mejor amiga de la universidad”, dijo Ciesemier, riendo. “Me sentí humillada. Fue horroroso pero muy divertido”.
Ciesemier, que está inmunocomprometida, en un principio tomó la decisión con base en su salud. Ahora está de regreso en su apartamento.
Otras emociones y la vieja intranquilidad de la adolescencia han resurgido conforme la gente ha estado aprovechando su tiempo de regreso en casa (a veces de manera voluntaria, a veces no) para revisar los armarios, las cajas y los cajones que contienen tesoros del pasado.
“Estar de regreso definitivamente trae a flote muchas de las inseguridades que tenías de niño y de adulto joven en esta casa en particular”, dijo Delaney Huesgen, de 21 años, que se graduó de la Universidad Estatal de Kent en diciembre, se mudó a la ciudad de Nueva York en enero y se mudó de regreso a casa en Seattle un mes después, cuando se cerró la firma de relaciones públicas del sector de la moda donde había estado trabajando como becaria. “Nos mudamos aquí cuando acababa de comenzar el bachillerato, así que se viven muchos de esos sentimientos extraños e incómodos”.
Para Huesgen, la decisión en un principio no fue financiera, pero, conforme pasó el tiempo, lo fue.
“Me di cuenta de que estar en casa y ahorrar dinero en la renta, aunque aún estaba pagando mi apartamento en Nueva York hasta junio, iba a ser muy benéfico a largo plazo”, comentó. “Pero ahora es agradable, porque sé que cualquier dinero que gane simplemente se está ahorrando para cuando pueda regresar a la ciudad”.
Redescubriendo tu niño interior
“La primera semana que estuve en casa, decidí limpiar mi habitación de la infancia”, dijo Tess Koman, de 28 años, editora de Nueva York que ha estado pasando la cuarentena en casa de sus padres en Nueva Jersey hasta hace poco. “Hay recuerditos judíos en toda mi habitación, menorás que no recuerdo haber acumulado, libros sobre la adolescencia judía que no recuerdo haber abierto, collares de jamsa que jamás usé. Y estoy 100 por ciento segura de que me los llevaré de regreso a mi apartamento, pues quiero ahondar en todo eso ahora”.
Koman, quien está inmunocomprometida, decidió irse de la ciudad de Nueva York debido a su salud.
Offor está de regreso en Brooklyn, pero planea volver a Georgia en cuanto termine su arrendamiento a finales de agosto.
Aunque no sabe cuánto tiempo planea quedarse en su estado de origen, dijo que los últimos meses solo han revelado la inmensa desigualdad de ingresos que experimentan muchos estadounidenses como ella.
“Me encanta la idea del empoderamiento financiero para las personas negras y, de manera genuina creo que, con el fin de avanzar, a veces debes dar un paso atrás”, comentó. “Una de las cosas más importantes es que el dinero equivale al poder. El bienestar financiero es poder, y permite que la gente genere riqueza generacional”.
Aunque algunas personas han adoptado la experiencia de estar en las habitaciones que forjaron sus años de formación, otras se han mostrado más reacias. Lisa Caravelli describió su habitación de la infancia no solo como un cuarto que no ha cambiado, sino como un espacio que ahora es “peor”.
“Mis padres tomaron las viejas decoraciones de cuando era pequeña, cosas de la ratoncita Mimí y cosas color rosa claro, y decoraron todo como si tuviera 4 años de nuevo”, dijo Caravelli, de 26 años, quien trabaja en el sector de las ventas de software publicitario en Chicago.
La resurrección de la ratoncita Mimí era para sus dos sobrinas pequeñas, que a veces se quedan a dormir ahí. “Estoy agradecida de que existan los fondos virtuales de Zoom porque, de otra manera, se vería una cabecera enorme con forma de moño y con lunares”.
Sin embargo, más que la decoración de Disney, para muchos, ciertos recuerdos del pasado han surgido como oportunidades inesperadas para la autorreflexión en términos de cómo han cambiado a lo largo de los años, y las maneras en que siguen siendo los mismos. Mientras revisaba sus viejos diarios y las notas que se pasaba durante clases, a Caravelli le sorprendió encontrarse con que las preocupaciones que alguna vez tuvo sobre su vida romántica son similares a las que tiene actualmente.
Jacob Brian Wilson, de 34 años, publicista de Manhattan, también ha estado reconectándose con su yo más joven mientras pasa la cuarentena en la granja de sus padres en San Miguel, Nuevo México. Dijo que, a través de ciertos recuerdos, como la poesía olvidada que había escrito cuando tenía 17 años o las fotografías de cuando era un joven entrenador de natación, ve a alguien con quien “ha perdido contacto”.
“Ver estas fotografías me recordó quién he sido siempre y eso enfatizó cómo he tratado eliminar esa verdad en algunos casos”, comentó. “Enfatizó la manera en que he abandonado lo que siempre me ha gustado hacer, como escribir pequeños poemas expresivos”.
Alex Rose, de 33 años, un productor que pasa la cuarentena en Austin, Texas, tras haber estado en Los Ángeles, ha descubierto su colección de postales de la infancia y ha estado usando su tiempo libre para enviárselas por correo a sus seres queridos.
Rose recuerda que su padrastro, que fue el alcalde de Austin durante la década de 1990, con frecuencia viajaba con su madre a ciudades de todo el mundo. Debido a que ella estaba en la escuela y no podía unírseles, sus padres le traían postales de lugares como Rusia, Alemania y Corea del Sur.
“Con eso me hice de un pequeño proyecto para escribirles a mis amigos con estas viejas postales”, dijo Rose. “Encontré una que le había escrito a mi papá y que jamás envié cuando tenía 7 años, así que se la envié por correo. Creo que le encantó”.
Aunque otros están a punto de regresar a la vida de la pandemia, otros, como Wilson y Rose, han decidido que no tienen prisa.
“Tengo la fortuna de contar con un empleo en el que puedo trabajar de manera remota, y en vez de sirenas ahora despierto con los sonidos suaves de las aves y el canto del gallo de mi mamá”, comentó Wilson. “¿Extraño a mis amigos y mi vieja vida? Claro. Pero estoy aprovechando este tiempo para hacer espacio con el fin de reflexionar acerca de qué quiero crear más en mi vida, así como acerca de las cosas por las que quiero esforzarme para ver menos, avanzando en este nuevo capítulo de la vida en el que todos estamos entrando, y la nueva normalidad”.
Para Rose, estar de regreso en Austin ha llevado a un redescubrimiento. La aceptaron en la escuela de posgrado de Políticas Públicas en su ciudad de origen, una ciudad que no había considerado.