Agotadas: las mujeres sufren el mal del siglo XXI
Es un mantra. En cuanto te con en torno a los 40, ya sea en el , en el parque o en una de amigas, trabajen o no fuera de , tengan hijos o no, hay una frase que se repite continuamente. “Estoy agotada, exhausta, al límite, no puedo más…”. ¿Es posible que en una era en la que todo está pensado para hacer menos esfuerzo -electrodomésticos, coches y hasta unas redes sociales que permiten conectar con los amigos sin necesidad de salir de casa- estemos siempre extenuadas?
En España aún no se trata la cuestión como un mal diagnosticado, pero en Inglaterra el Servicio Nacional de Salud ya usa el término Tatt (Tired all the time, cansadas todo el tiempo) y algunos médicos cuantifican el cansancio femenino en niveles epidémicos. Y en Argentina existen psicólogas especializadas en este síndrome. Yo misma le comenté a la doctora mi estado habitual: agotada. Después de ver que en mis análisis no había nada anómalo me pidió que le contase a grandes rasgos cómo era mi vida. Dirijo una empresa de gestión cultural, escribo en varios medios y además soy madre activa de tres niños (también activos), es decir, de las que los lleva al colegio, a las extraescolares y al dentista, les cocina y los baña, no se pierde una reunión con las profesoras, les ayuda con los deberes y les confecciona disfraces en carnaval. Además, practico deporte varias veces por semana y procuro tener algo de vida social. La doctora no movió una ceja: “Lo extraño sería que no estuvieses cansada”, me dijo. Ya, pero…
Alguna razón objetiva sí hay. Laura Romero, médico endocrino del Hospital Madrid, señala numerosas causas fisiológicas por las que se puede presentar el cansancio: hipotiroidismo, anemia por falta de hierro (cuando las reglas son muy abundantes), diabetes, sobrepeso… Por no mencionar trastornos más graves diagnosticados como enfermedades: fibromialgia y síndrome de fatiga crónica. Todos los expertos coinciden en que lo primero que hay que hacer cuando el cansancio se convierte en algo habitual es acudir al médico para una analítica completa. Pero ¿qué pasa cuando “no tienes nada” y sigues sintiéndote agotada? Es habitual, llevamos una vida de locos. ¿Y por qué parece que esto solo afecta a las mujeres? Mi pareja tiene una jornada tan dura como la mía y apechuga con los niños como yo. Y él no se queja. ¿Acaso a ellos no les pesa este ritmo frenético? ¿No se cansan los hombres?
La doctora Romero apunta a que algunos de estos síntomas, como el hipotiroidismo y la anemia, se manifiestan más en las féminas. Por su parte, Inés Carrasco, profesora titular de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, recuerda que, además, nosotras somos más comunicativas, para lo bueno y lo malo, y dadas a contar lo que nos pasa. Quizá tengan razón, nunca he escuchado a los varones de nuestro grupo de amigos quejarse por cansancio mientras se toman una caña. Pero sí los he visto derrumbarse en el sofá un viernes a las nueve de la noche. O sea, que a lo mejor es que ellos no hablan del tema. Y ambas coinciden en apuntar que hay factores externos a la parte física y muy propios de las mujeres, que son los que pueden hacer de nuestra vida cotidiana una carga insoportable.
Las largas jornadas laborales, las carreras después del trabajo para llevar y traer a los niños a las distintas actividades, la compra, la cocina… Si no cuentas con ayuda externa, añade también las labores del hogar. Si tienes suerte, tu pareja se encargará de las tareas domésticas a medias contigo, pero hay algo que parece inherente a la mujer: cargarse las responsabilidades, no desconectar nunca, seguir pendiente de las necesidades de los demás incluso cuando no están con ellos. «Es una cuestión de educación, cultural”, dice Inés Carrasco, “la mujer se ve a sí misma como cuidadora y educadora. Por poner un ejemplo, ahí tienes el sentimiento de culpa con el que vuelven las madres al trabajo cuatro meses después de haber dado a luz”. La mujer vive pendiente del teléfono, llama a casa cada dos horas para comprobar que todo ha ido bien, que el bebé se ha despertado de la siesta, ha comido el puré de verduras y no se ha atragantado con el yogur. Que levante la mano quien haya visto alguna vez a un hombre interrumpir la lectura de un informe para realizar una llamada a la cuidadora de sus hijos y preguntar cómo va el día.
“La mujer sigue asumiendo múltiples roles con la necesidad de hacerlo bien, por presión personal y social», afirma Inés Carrasco. Quiere bordar su papel en todas las facetas y, a veces, le cuesta delegar. «Se deberían compartir las tareas de forma igualitaria. Pero la mayoría cuenta simplemente con un marido colaborador. De eso se quejan casi todas, sienten que el peso base sigue cayendo sobre ellas. Esto provoca un tremendo agotamiento mental”.
La psicóloga Mariana Fiksler apunta también a las multitareas que asumimos. “Cada movimiento incluye la previsión de otro: colaborar con los deberes de los niños mientras termina la lavadora al tiempo que calcula las fotocopias que necesita en la firma del contrato del día siguiente, para el cual ya tiene su ropa preparada. Apunta las medicinas que deberá comprar a su madre y planifica las actividades mientras toma una ducha, aprovechando para dejar la bañera limpia y las toallas cambiadas”. El problema, dice, es que parecen madres muy presentes, pero realmente están ausentes, porque cuando llega el momento de descansar y pasar un rato con los hijos es la hora de acostarse. Y les ocurre también a las que no tienen niños pues siempre hay alguien -familia, amigos, compañeros…- en quien pensar antes que en ellas mismas. En definitiva, están ausentes de sí mismas.
¿Y cómo recuperar esa presencia? Mariana Fiksler apunta que la solución está en reconectar con una misma. “Hay que cuidar, ayudar y ser solidaria, sí, pero no a costa de olvidarse de la propia persona”. Posponer, no hacer, delegar; palabras clave. Desconecta, deja que los demás asuman sus responsabilidades. Puedes no querer y puedes no poder. Y eso no te hará peor madre, esposa, hija, amiga o ingeniera. Hazte seguidora del “no pasa nada”. Es decir, no des por sentado que el bebé se va atragantar si su padre le da el biberón, o que si se los lleva al parque van a volver más sucios de lo normal. La teoría parece sencilla, sí, pero abundan las mujeres que se desviven tratando de llegar a todo.
Susana, madre de una niña de cinco años, con un cargo directivo en una ONG, se da auténticas palizas para dejar todo preparado en el hogar cada vez que tiene que viajar. Durante dos días realiza una absurda cantidad de labores que serían innecesarias si delegara más en su pareja: prepara comida y la congela, selecciona la ropa que va a necesitar su hija en su ausencia, anota en un papel los horarios de las actividades extraescolares y hasta deja concertados los días que la niña irá a jugar con una amiga. El maratón es tal que para ella las nueve horas de vuelo trasatlántico son un auténtico lujo, un momento de descanso. Cuando le cuestionamos por qué no permite que su marido se ocupe de todo, acaba diciendo: “Creo que tengo derecho a opinar sobre lo que come y viste mi hija cuando no estoy en casa”. Y si le preguntamos qué pasaría si él le dejase una lista semejante de labores antes de marcharse de viaje, responde: “¡Uy!, le mandaría a la porra, como si yo no supiese criar a mi hija”. ¿Y por qué asumimos que ellos no son capaces? Es más, ¿por qué no darles la posibilidad de adentrarse en terrenos que nunca antes habían explorado? El padre de mis hijos disfruta una barbaridad eligiéndoles la ropa, “es como jugar a las muñecas, no lo había hecho nunca”. Aunque al principio escogió unos modelos imposibles, poco a poco ha ido tomando nota de las tendencias y apenas comete errores en la combinación de colores y tejidos. Y lo mejor de todo: mientras él elige la ropa, yo me aplico mascarilla y exfoliante. Y no pasa nada.
Algunos trucos para prevenirlo
– Desconecta: Cuando vuelvas a casa no contestes llamadas de teléfono o mails. El trabajo, en el trabajo.
– Autoconciencia: Presta más atención a lo que estás haciendo en cada momento, no pienses en todo lo que necesitas hacer después.
– Delega: Tu pareja puede hacer las tareas domésticas. Ya sabemos que tú tardas menos.
– El poder del ‘no’: Dos letras que ayudan a combatir el estrés. No a la paella de los domingos en familia, a hacer planes continuos para los niños…
– Acaba con la culpa: No eres una vaga por sentirte cansada, ni mala madre por leer en el sofá mientras los niños hacen los deberes.
– Verte estupenda está muy bien… pero a lo mejor puedes dedicar menos tiempo a tu aspecto. Si duermes más evitarás el corrector de ojeras.
– Reserva tiempo para ti: Salir de compras con las amigas, visitar una exposición tú sola, dos horas para un café… Tú decides. Un lujo asiático, ¿verdad?
Fuente: Elmundo