Cuando la alimentación es afectada por las emociones
¿Realmente el o la torta de son el antídoto contra la depresión? ¿Por qué sentimos la necesidad de comer cotufas cuándo vemos una película?
Definitivamente existe un fuerte vínculo entre los y las emociones y, sin duda, todos hemos sido “comedores emocionales” en algún momento de nuestras vidas. Pero, por lo general, no solemos darnos cuenta de esta , dejando de lado el efecto que puede tener en nuestro peso, y .
El estado de ánimo puede hacer que uno coma de más, o por el contrario, que prácticamente no ingiera alimento alguno. Uno tiende a asociar los cambios en la alimentación con sentimientos negativos, como ansiedad, estrés, depresión, soledad o aburrimiento. Sin embargo, hay sentimientos positivos que también conducen a comer de más; como un cumpleaños o una celebración.
Los hábitos de alimentación basados en emociones pueden ser adquiridos en la infancia. Si un niño recibe un dulce luego de alcanzar un logro, en el futuro identificará al caramelo como una recompensa. De la misma forma, un adulto que come helado cada vez que se siente deprimido puede tener este hábito debido a que de pequeño sus padres le daban helado para calmar sus llantos.
El problema de la alimentación basada en las emociones, además de hacernos ganar peso y sufrir consecuentes problemas de salud, radica en que luego de comer sin control para mejorar el estado de ánimo, el sentimiento de culpa nos invade. Esto a su vez puede conllevar a la desesperación por deshacerse de las calorías consumidas, desencadenando desórdenes alimenticios.
Aunque no es fácil dejar de seguir un hábito alimenticio asociado a una emoción, el primer paso para lograrlo es ser consiente de ello e identificar qué sentimiento desencadena un cambio en la alimentación diaria. Para ello, hay que tener en cuenta la diferencia entre hambre físico y hambre emocional.
El hambre físico (que aparece cuando realmente necesitamos alimentos), se caracteriza por ser gradual e ir aumentando. Este puede satisfacerse con cualquier tipo de alimento y, una vez que uno está lleno, deja de comer. Además, este no genera posteriores sentimientos de culpa por lo ingerido. En contraparte, el hambre emocional es aquel que aparece repentinamente y con sensación de “urgencia”, solo se puede satisfacer con antojos específicos (pizza, papas fritas, helados, tortas, etc.). Tras caer en sus garras uno come sin control y luego se siente culpable.
Para romper este círculo vicioso, uno debe saber identificar si las ganas de comer algo surgen por hambre físico o emocional. Además, es importante saber manejar las emociones y tener alternativas (que no tengan que ver con alimentos). Por ejemplo, si uno se siente estresado o ansioso puede probar realizar ejercicios de relajación como yoga o Pilates. De la misma manera, los ejercicios intensos ayudan a “deshacerse” de las energías negativas, e incrementan la síntesis de serotonina en el cerebro, un neurotransmisor que produce sensación de bienestar y mejora el estado de ánimo.
Si luego de probar otras alternativas, la alimentación diaria sigue siendo afectada por las emociones, es recomendable consultar con un psicólogo y con un nutricionista, para identificar los desencadenantes y evitar así que esta situación empeore la salud.
Fuente: Publimetro