El Agosto Negro de Japón
Era de mañana aquel fatídico 6 de agosto, el sol brillaba imperante sobre la agitada cotidianidad de Hiroshima, tras varios días de neblina, pero en apenas unos minutos, la luz solar fue ocultada tras una estrepitosa explosión que segó la vida en la ciudad. Eran las 8:15 cuando se produjo la detonación de la primera bomba nuclear de la historia, la Little Boy que el bombardero estadounidense Enola Gay lanzó hacia la ciudad japonesa en plena Segunda Guerra Mundial. La bomba llegó a tierra en 55 segundos desde una distancia de 600 metros y cayó sobre la Clínica Quirúrgica de Shima.
Una nube de hongo se elevó sobre la ciudad y minutos después un fuerte temblor sacudió todas las áreas circundantes, producto del efecto atroz de la bomba. Pero cuando Japón aun no se sacudía el estupor, una segunda y más mortífera bomba atómica, la Fat Man cayó sobre Nagasaki, otra poblada ciudad donde también sembró la muerte y el terror.
En fracciones de tiempo muy mínimas, ambas ciudades quedaron reducidas a escombros, cuerpos mutilados, quemados, consumidos a ceniza y los sobrevivientes en ambos casos fueron muy pocos. Las cifras de miles de muertes (140.000 aprox. Hiroshima y 80.000 aprox. Nagasaki) continuaron creciendo, con las personas que murieron por intoxicación radioactiva, deformidades, y otras enfermedades posteriores como centenares de casos de leucemia y de cánceres distintos.
Sin embargo situémonos un poco más atrás en la historia, las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, fueron la culminación de un conflicto de intereses y poderío entre Japón y Estados Unidos, que se originó a finales de la Primera Guerra Mundial, con el Tratado Naval de Washington que limitaba la flota naval de Japón. Más adelante, otros roces como, el embargo de petróleo de Estados Unidos a Japón, el cierre del comercio exterior de Japón con otros países, llevaron al Imperio Nipón a tomar acciones contra Estados Unidos. Fue así como el 7 de diciembre 1941 Japón atacó Pearl Harbor, la base naval del Pacífico de su contrincante.
Como era de suponerse, el ataque a Peal Harbor, fue la “excusa” de E.E.U.U para entrar a la guerra, pero algo que también contribuyó a la masacre de Hiroshima y Nagasaki, fue una carta enviada por Albert Einstein al entonces presidente estadounidense Franklin D. Rooselvelt, en la que le mostraba el poder radioactivo del uranio, para construir bombas. Proyecto Manhattan, así se denominó el proyecto de creación y prueba de bombas de efecto nuclear, la primera de las cuales “gadget” fue probada en Alamogordo, México, sin víctimas fatales. Este proyecto secreto en el que Reino Unido tuvo alianza fue dirigido por Robert Oppenheimer.
Tras las respectivas explosiones de Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto, el terror fue sembrado no solo en Japón sino en el mundo, incluso más, después del anuncio del presidente estadounidense Harry S. Truman, quien aprobó las detonaciones, estas fueron sus palabras:
Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Ahora les hemos devuelto el golpe multiplicado. Ahora estamos preparados para arrasar más rápida y completamente toda la fuerza productiva japonesa que se encuentre en cualquier ciudad. No nos engañemos, vamos a destruir completamente el poder de Japón para hacer la guerra. Si no aceptan nuestras condiciones pueden esperar una lluvia de destrucción desde el aire como la que nunca se ha visto en esta tierra. (Fragmento)
Ahora bien, las diferencias entre Japón y Estados Unidos, tangibles y claramente marcadas por los intereses de poderío y expansión, fueron pagadas por miles de personas, ante la negativa de rendirse de Japón. Pero el 15 de agosto el Imperio Nipón anunció su rendición, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial y aceptó las consecuencias del acta de capitulación y las posteriores invasiones de Estados Unidos.
Hoy a 68 años de las explosiones las áreas afectadas por las bombas atómicas, continúan inhabitables, producto de las permanentes radiaciones nucleares que siguen en el ambiente, pero también con ello, subsisten los recuerdos de terror y espanto de presenciar semejante catástrofe, crueldad y muerte sorteada a destajo sobre la tierra nipona, aquel negro agosto de 1945.