El estrés se define como un sentimiento de tensión que bien puede ser físico o emocional. Su origen puede provenir de situaciones que no somos capaces de manejar o sentimientos que provocan en nosotros nerviosismo o ansiedad.
Existe lo que llaman los expertos el estrés saludable, que es aquel que, en bajas dosis, nos ayuda a desarrollar proyectos y tomar decisiones. El estrés en alta dosis puede manifestarse con dolores físicos que afectan la cabeza, vías digestivas, sistema muscular, trastornos del sueño…en fin, nos enferman.
Muchas personas padecen estrés cuando se ven enfrentando cambios o adaptaciones en su diario vivir, bien sea en el plano profesional o en el personal: despido de un trabajo, ascenso laboral, un divorcio, un duelo, cambio de casa, de colegio, de pareja… El tema es amplio y en cada persona puede repercutir de manera distinta. Sobre el tema abordamos a la doctora Beatriz Abad, psicóloga clínica de la personalidad y psicogerontóloga.
¿Qué es el estrés? ¿Desde cuándo se estudia?
En 1950 un médico llamado Hans Selye publica en la revista Science el primer estudio científico sobre el estrés, definiéndolo como la respuesta de activación general del organismo. El estrés tiene una función adaptativa, que es preparar a las personas para afrontar situaciones que superan las capacidades que tenemos. Esto es, si tenemos un problema y no sabemos cómo resolverlo, probablemente comencemos a sentirnos agitados, ansiosos o incluso podemos experimentar palpitaciones, dificultades para respirar, insomnio, dolor muscular, indigestión o cólicos, que son algunos de los síntomas que Selye vio que tenían en común todos sus pacientes y que no estaban causados por una enfermedad médica, así que los denominó estrés. Su propuesta ha sido tan aceptada en la comunidad científica que la Organización Mundial de la Salud aún sigue conservando esta definición.
¿Qué tan perjudicial puede ser para la salud física y mental?
A pesar de que tiene la función de ayudarnos a adaptarnos a las distintas situaciones que afrontamos a lo largo de la vida, es cierto que inevitablemente nuestro cuerpo y nuestra mente sufren desde el momento que nos sometemos a estrés. El daño que pueda causar es proporcional a la intensidad de activación (estrés) a la que la persona está sometida, a la duración y a la frecuencia de la misma. Nuestro cuerpo y nuestra mente no sufren igual al perder un vuelo que ante una enfermedad terminal. En el primer caso es una situación de la vida diaria, que aunque genera ansiedad se resuelve rápidamente, mientras que en el segundo ejemplo, el desgaste físico y emocional se va haciendo más intenso cada día y tiene una duración indeterminada. Si no es manejado adecuadamente empeora la calidad de vida del enfermo y de la familia y puede acortar la esperanza de vida y favorecer las recaídas.
¿Existen diferentes tipos de estrés?
Podemos hablar de estrés positivo, que sería la activación que experimentamos antes de afrontar un acontecimiento importante. Por ejemplo, ese nerviosismo el día que nace tu hijo o la emoción que sientes cuando te suben el salario. Y por otra parte estaría el estrés negativo, que es el que experimentamos cuando tenemos un inconveniente que no sabemos cómo resolver. La activación que experimentamos en estas situaciones puede ser de tres tipos: físiológica (física), cognitiva (mental) o conductual (comportamental).
¿Cómo manejarlo? ¿Es necesario recurrir a los fármacos?
Depende del tipo de activación que se esté experimentando. Si la activación es fisiológica, el tratamiento que se ha demostrado que funciona mejor son las técnicas de relajación. Existen muchas que se pueden aplicar dependiendo de cada caso en particular, y en ocasiones es bueno combinar más de una. Cuando la activación es cognitiva, es decir, cuando son nuestros propios pensamientos el origen del malestar, se debe aplicar psicoterapia, donde el profesional de la conducta recurrirá a las técnicas de reestructuración cognitiva, para enseñar al paciente a hacer un mejor manejo de sus procesos de pensamiento y a tener más control sobre su mente. Y finalmente, si la activación es conductual, lo más recomendable es modificar los hábitos de vida, llevando una dieta sana, descansando bien o buscando una afición. En definitiva, existe un amplio conjunto de técnicas para ayudar a las personas a manejar el estrés sin necesidad de recurrir a los fármacos. Sin embargo, en ocasiones el nivel de malestar que experimentan las personas es tanto o sus capacidades están tan bloqueadas que sí puede ser necesario el apoyo extra que le pueden brindar los medicamentos. También es cierto que se debe hacer un esfuerzo por aprender a manejarse con estrategias psicológicas, porque contrariamente a lo que piensan muchas personas la medicación para controlar los síntomas del estrés está supuesta a cubrir una necesidad puntual y no a ser un tratamiento de por vida, fundamentalmente por los efectos colaterales que tiene.
¿Cuáles son las enfermedades más comunes que derivan del estrés?
Prácticamente todas las del campo de la salud mental: los trastornos del estado de ánimo (depresión, bipolaridad, ansiedad generalizada, pánico, fobias, etc.); las psicosis (delirios, alucinaciones…); el insomnio o las adicciones son algunos ejemplos. Además de dificultar la recuperación de otras enfermedades de causa orgánica, como pueden ser las enfermedades cardiovasculares o el cáncer, por ejemplo.
¿Influye la personalidad en el manejo del estrés?
Sí, esa es la razón por la que no todas las personas reaccionan igual ante las mismas situaciones o los mismos problemas. Hay muchos factores personales que van a determinar la capacidad de cada individuo para manejar el estrés. Depende, por ejemplo, de la disposición personal para afrontar los problemas, las vivencias anteriores, las actitudes, las destrezas y estrategias de superación, la resistencia y, por supuesto, el estilo de personalidad.
¿Puede ser la depresión una consecuencia del estrés?
Al igual que en otros muchos trastornos, en la depresión el estrés casi siempre es la causa de la enfermedad y no la consecuencia. Si bien es cierto, que si la persona que está deprimida no recibe ayuda para aprender a manejar el estrés tendrá más dificultades para recuperarse y más probabilidades de sufrir una recaída.
Haz ejercicio
Un estudio realizado por un equipo de científicos estadounidenses sugiere que las personas físicamente activas tienen menores índices de ansiedad, estrés y depresión que las personas sedentarias.