Ese fluir misterioso, continuo e indetenible que llamamos tiempo
Me atrevo a decir que el tiempo, en su sentido ontológico, es mi enigma favorito. Ante una foto como esta no puedo evitar ser provocado por esta evasiva categoría filosófica que nadie ha podido atrapar en su comprensión por más tiempo que le dedique a ella.
Johnny, Nini, Anthony y Fausto, una foto que a cualquiera que ya pasa de los cincuenta lo conmueve y sin mucho apuro lo lleva a reflexionar sobre lo efímera de la juventud y también de la existencia que discurre en ese fluir misterioso, continuo e indetenible que llamamos tiempo.
Algunas de esas reflexiones y frases que he leído sobre el tiempo se quedan de forma traviesa en mi cabeza, como una que aparece en el prólogo de Carles Álvarez Gárriga al libro de Julio Cortázar sobre sus clases de literatura en la Universidad de Berkeley en 1980, que evoca el fantasma del novelista argentino en un sótano en algún lugar universo entre Buenos Aires y París: “escribiendo hasta que la eternidad quepa en un instante”.
O talvez la primera frase de un poema de Juan Ramón Jiménez: “Yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando”. O una frase que leí en un artículo sobre la tendencia pictórica de Claude Monet que describe su impresionismo como “un instante arrancado del olvido”.
Recuerdo una anécdota que leí hace más de 50 años en un suplemento sabatino de uno de los diarios dominicanos en la que se cuenta que Albert Einsten era fastidiado diariamente por un curioso que le preguntaba con insistencia cuál era la diferencia entre el tiempo y la eternidad, y el científico, cierto día, ya como para quitárselo de encima , le respondió: “Mira muchacho aunque yo me pase todo el tiempo explicándote esto, tú vas a durar una eternidad en comprenderlo”.
Borges fue también un escritor que le dedicó tiempo al tiempo. Para él el tiempo es un problema esencial de la metafísica del que no podemos prescindir. “Nuestra conciencia está continuamente pasando de un estado a otro, y ese es el tiempo: la sucesión».
Esta reflexión sobre el tiempo lleva a Borges a la pregunta inevitable: ¿Qué es la eternidad? Y él se responde a sí mismo y dice: “La eternidad no es la suma de todos nuestros ayeres. La eternidad es todos nuestros ayeres, sobre todo, los ayeres de todos los seres conscientes”.
Agrega que la eternidad es todo el pasado, “ese pasado que nadie sabe cuándo empezó. Y luego, todo el presente. Ese momento presente que abarca todas las ciudades, todos los mundos, el espacio entre los planetas. Y luego el porvenir. El porvenir que no ha sido creado aún, pero que también existe”.
Quizás un poco atosigado por estas vaguedades filosóficas que poco explican el tiempo, Borges apela a algo más refrescante: la teología, y dice: “Los teólogos suponen que la eternidad viene a ser un instante en el cual se juntan milagrosamente esos diversos mundos”.
El tiempo, afirma Borges, viene a ser la imagen móvil de la eternidad. Esta afirmación de Borges la asocio yo al primer verso del Evangelio de Juan: “En principio, era el verbo y el verbo era Dios”.
El problema que viene con el tiempo y la eternidad que ni la filosofía ni la ciencia han podido resolver, yo le doy una salida mental y espiritualmente más saludable porque admito, como Antonio Cruz , que la eternidad es un concepto ajeno a nuestra propia naturaleza material finita, de ahí la dificultad de entenderlo completamente.
Lo que veo, siento y vivo, pero no lo entiendo del todo le doy una solución gozosa que me lleva a glorificar a mi Creador. Me voy al salmo 90: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”.
Leopoldo Cervantes Ortiz reacciona ante la grandeza infinita y la profundidad espiritual de este Salmo: “Estamos delante de un portento religioso, estético y afectivo. Este salmo indaga luminosamente en los abismos del tiempo guiado por el faro de la eternidad divina que, a duras penas, podemos concebir como una realidad medianamente comprensible”.
La ligereza con que los seres humanos pasamos por el mundo es como una serie de metáforas que el salmo desarrolla limpiamente y que muestran cómo Dios nos ve transcurrir desde su lenta e imperceptible eternidad.
Los versos de este Salmo nos explican la transitoriedad de la vida: “Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, y dices: Convertíos, hijos de los hombres. Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche. Los arrebatas como con torrente de aguas; son como sueño, como la hierba que crece en la mañana. En la mañana florece y crece; a la tarde es cortada, y se seca… Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira, acabamos nuestros años como un pensamiento».