¿Facebook nos hace solitarios?
¿Internet hace que la gente se vuelva solitaria o la gente solitaria es atraída por internet? La pregunta se ha intensificado en la era Facebook.
Un estudio reciente en Australia (en donde la mitad de la población es activa en Facebook) titulado ¿Quién usa Facebook? descubrió una relación compleja, y en ocasiones confusa, entre la soledad y las redes sociales. Los usuarios de Facebook tenían niveles ligeramente menores de “soledad social” (la sensación de no sentirse unido a los amigos), pero “niveles significativamente mayores de soledad familiar” (la sensación de no sentirse unido a la familia). Es posible que Facebook promueva más contactos con personas fuera de nuestro hogar a expensas de nuestras relaciones familiares, o puede ser que las personas con relaciones familiares poco felices busquen compañía por otros medios.
Moira Burke, hasta hace poco una estudiante de posgrado del Human-Computer Institute en Carnegie Mellon, realizaba periódicamente un estudio longitudinal a 1.200 usuarios de Facebook. La investigación, que sigue haciéndose, es una de las primeras en examinar los efectos de Facebook sobre una población más amplia en el tiempo. Ella concluye que el efecto de Facebook depende de qué es lo que se lleve al sitio. Si usas Facebook para comunicarte directamente con otros individuos (usando el botón “me gusta”, comentando los posteos de los amigos, etc.), eso puede aumentar tu capital social. Los mensajes personalizados son más satisfactorios que la “comunicación de un solo clic”. Por otra parte, el uso no personalizado de Facebook (revisar las actualizaciones de estado de sus amigos y actualizar al resto del mundo sobre sus propias actividades en el muro, lo que Burke llama “consumo pasivo”) se correlaciona con sentimientos de desconexión. Es un asunto solitario el navegar por los laberintos de las identidades proyectadas de nuestros amigos y seudoamigos, tratando de saber qué parte de nosotros debemos proyectar, quién escuchará y qué es lo que oirán. Según Burke, el consumo pasivo de Facebook también se correlaciona con la depresión.
Aún así, la investigación de Burke no establece que Facebook genere soledad. Le menciono a Burke, el estudio de Stanford, que mostró cómo el hecho de creer que los otros tienen fuertes redes sociales puede conducir a sentimientos de depresión. ¿Qué es lo que comunica Facebook, si no es la impresión de abundancia social? Todos se ven tan felices en Facebook, con tantos amigos, que nuestras propias redes sociales se ven más vacías que nunca. ¿Esto no hace que las personas se sientan más solas? “Si la gente lee sobre vidas que son mucho mejores, pueden pasar dos cosas”, dice Burke. “Sentirse peor sobre sí mismas o motivadas”.
John Cacioppo, director del Centro de Neurociencia Social y Cognitiva de la U. de Chicago, es el experto líder en el tema soledad. En su libro Soledad, lanzado en 2008, reveló cuán profundamente está afectando la epidemia de la soledad. Descubrió niveles más altos de epinefrina, hormona del estrés, en la orina matutina de las personas solas. “Cuando sacamos sangre de adultos mayores y analizamos sus células blancas, hallamos que la soledad de alguna forma penetraba en los huecos más profundos de las células para alterar la forma en que se expresan los genes”, escribió. Cuando se está solo, todo el cuerpo está solo.
Para Cacioppo, la comunicación en internet permite una intimidad sustituta. “Formar conexiones con mascotas o con amigos online o incluso con Dios es un intento noble hecho por una criatura obligatoriamente gregaria para satisfacer una necesidad fuerte”, escribe. “Pero los sustitutos nunca podrán reemplazar completamente la ausencia de lo verdadero”. “Lo verdadero” son las personas reales, de carne y hueso.
La historia del uso de la tecnología es una historia de aislamiento. Cuando el teléfono arribó, las personas dejaron de golpear a la puerta de sus vecinos. Nuestras tecnologías omnipresentes nos llevan a conexiones crecientemente superficiales, al tiempo que permiten evitar la parte embarazosa de la sociedad: las revelaciones accidentales que hacemos en las fiestas, las pausas embarazosas, las bebidas que botamos al suelo y, en general, la poca sofisticación del contacto cara a cara. En vez de eso, tenemos la simpleza que permiten estos motores sociales: actualizaciones de estado, fotos, el muro.
Pero el precio es la compulsión constante a mostrar que uno es feliz todo el tiempo, y eso agota. Investigadores de la U. de Denver publicaron el año pasado un estudio sobre los “efectos paradójicos de valorar la felicidad”. La mayoría de las metas en la vida muestra una correlación directa entre la valoración y el logro. Por ejemplo, los estudiantes que valoran las buenas calificaciones tienden a tener notas más altas. Pero el estudio llegó a otra conclusión: valorar la felicidad no está necesariamente vinculado a una mayor felicidad. Bajo ciertas condiciones, lo que ocurre es lo contrario: mientras más valoran algunas personas la felicidad, más baja es su satisfacción con sus vidas.
Facebook coloca la búsqueda de la felicidad en el centro de nuestra vida digital. Su capacidad de redefinir el concepto de identidad y satisfacción personal es preocupante. Jaron Lanier, autor de Tú no eres un dispositivo y uno de los inventores de la realidad virtual, tiene la visión de que el lugar al que nos están llevando las redes sociales se lee como ciencia ficción distópica: “Temo que estemos diseñando nuestro yo de modo que se adecue a los modelos digitales de nosotros mismos. Me preocupa el vacío de empatía y humanidad”.
Una parte considerable del atractivo de Facebook proviene de su milagrosa fusión de distancia e intimidad, o la ilusión de distancia y de intimidad. Nuestras comunidades online están convirtiéndose en motores de autoimagen, y la autoimagen se ha vuelto el motor de la comunidad. El verdadero peligro de Facebook no es que permita aislarnos, sino que al mezclar nuestro apetito por aislamiento con nuestra vanidad, amenaza con alterar la naturaleza misma de la soledad. El nuevo tipo de aislamiento no es el que alguna vez idealizaron los estadounidenses, la soledad del inconformista orgulloso, del solitario estoico, del astronauta que descubre mundos nuevos. El aislamiento de Facebook es monótono.
Lo que impresiona del uso de Facebook no es su volumen, sino la constancia que demanda. Facebook nunca descansa. Nosotros nunca descansamos. Los seres humanos siempre han creado actos de autopresentación. Pero no todo el tiempo, no todas las mañanas. Facebook nos niega un placer, cuya profundidad se había subestimado: la posibilidad de olvidarnos de nosotros mismos un rato, la oportunidad de desconectarnos.