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La alimentación espontánea de los bebés aumenta su rendimiento escolar
Posted On 28 Mar 2012
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Investigadores del Reino Unido han descubierto una relación entre el modo de alimentación de los recién nacidos y el rendimiento académico. Su estudio, publicado en European Journal of Public Health, sugiere que los bebés a los que se dio de comer siguiendo una programación (tanto de pecho como de biberón) no rinden tan bien en sus estudios escolares como los que se alimentaban según el apetito.
Los autores, científicos del Instituto de Investigación Social y Económica (ISER) de la Universidad de Essex y de la Universidad de Oxford (ambas en el Reino Unido), se valieron de los resultados de pruebas de cociente intelectual y también de sus puntuaciones en las pruebas escolares británicas SAT, realizadas en edades comprendidas entre los cinco y los 14 años.
Concretamente, el estudio se basó en información derivada del ALSPAC, el estudio longitudinal de Avon sobre padres e hijos del Reino Unido, en el que se evaluó a más de diez mil niños nacidos a principios de la década de los años noventa en la zona de Bristol, en el Reino Unido.
Así se descubrió un vínculo entre la alimentación espontánea y cocientes intelectuales más elevados. En particular, los cocientes atribuidos a niños de ocho años de edad alimentados cuando así lo pedían cuando eran bebés, eran unos 4,5 puntos superiores a los de los que comían conforme a un horario establecido. Se trata del primer estudio en analizar la evolución a largo plazo de dos grupos de bebés diferenciados por su modo de alimentación. Sin embargo, los autores recomiendan cautela a la hora de interpretar sus hallazgos.
CI cuatro o cinco puntos superior
«En este punto conviene ser cauto y no apresurarse a atribuir una relación causal entre el patrón de alimentación y el cociente intelectual», matizó la principal autora del estudio, la Dra. Maria Iacovou del ISER. «No podemos asegurar con certeza la razón de estas diferencias, aunque sí podemos formular varias hipótesis. Se trata del primer estudio en explorar este tema y convendrá investigar más a fondo para comprender los procesos que intervienen.»
El estudio sacó a relucir asimismo que en las pruebas SAT también se atribuyeron cocientes intelectuales más elevados a niños de cinco, siete, 11 y 14 años de edad. En el trabajo referido se tuvieron en cuenta varios factores de base como son la renta familiar, el nivel de estudios de los progenitores, el sexo y la edad del menor, la salud de la madre y los estilos parentales.
Según los investigadores, el establecimiento de horas para comer era beneficioso para las madres, que afirmaron tener niveles de confianza y bienestar más elevados. «Esta diferencia entre los niños que comían según un horario y los que lo hacían a voluntad se aprecia tanto en los que fueron amamantados como en los que comían con biberón», aclaró la Dra. Iacovou.
«La diferencia de entre cuatro y cinco puntos en el cociente intelectual, aunque es muy significativa desde el punto de vista estadístico, no implica que un niño pase de ser el peor de la clase a ser el mejor, pero sí lleva aparejado un cambio notable. Para dar una idea de la diferencia que acarrean esos cuatro o cinco puntos de más, digamos que por ejemplo en una clase de treinta niños, un alumno que estuviese justo en un nivel medio, el decimoquinto en rendimiento, podría pasar a ser el undécimo o el duodécimo de su clase teniendo un cociente cuatro o cinco puntos superior.»
Serán precisas nuevas investigaciones
En sus evaluaciones, el equipo distinguió tres tipos de parejas madre-bebé: niños alimentados según un horario a las cuatro semanas de edad; niños cuyas madres intentaron en vano ajustarse a un horario; y niños alimentados a voluntad. Los niños a quienes se daba de comer a voluntad (bien a propósito, bien porque sus madres no lograron ajustarse a un horario) presentaron un rendimiento superior en la misma medida, conforme a sus cocientes intelectuales y sus puntuaciones en las pruebas SAT.
En palabras de la Dra. Iacovou: «Es un dato significativo, porque las madres que intentaron en vano ajustarse a una programación se parecen a las madres que siguieron un horario fijo en que por lo general eran más jóvenes.
Asimismo, entre ellas era mayor el porcentaje de solteras y de las que se acogían al alquiler de viviendas sociales, siendo también mayor el porcentaje de las que no tienen un nivel elevado de estudios ni leen a sus hijos. Es evidente que estas características sociales aumentan las probabilidades de que un niño rinda peor en el colegio.»
«Así que por lo visto la diferencia no se debe al hecho de haberse alimentado según una programación fija, sino al tipo de madre que intentó ajustarse a ella (con o sin éxito). Esta investigación se basó en un gran corpus de datos y estamos bastante seguros de que el riesgo de que los resultados sean casuales es muy bajo. No obstante, se trata del primer y único estudio en su categoría, por lo que harán falta más investigaciones antes de que podamos afirmar categóricamente que el patrón de alimentación de un bebé repercute a largo plazo en su cociente intelectual y en su rendimiento académico y establecer cuáles son los mecanismos por lo que se produce este vínculo”, concluye Iacovou.