La pobreza modifica el tamaño del cerebro
Más allá de la genética heredada, los factores medioambientales influyen, positiva y negativamente, en el desarrollo del cuerpo humano. Esto, que es por todos sabido, se hace mucho más evidente en un estudio que publica esta semana la revista JAMA Pediatrics, en el que se muestra que nacer en un entorno pobre impacta en el volumen cerebral de los niños.
Así lo han detectacto Joan Luby, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington (en San Louis, EEUU), y sus colaboradores en un estudio en el que han estudiado cómo impacta la economía familiar en el desarrollo cerebral examinando los volumenes de diferentes zonas del cerebro (la materia blanca y gris, el hipocampo y la amígdala) en un grupo de niños de seis a 12 años, que ya formaban parte de otro estudio sobre depresión en preescolares y que fueron controlados desde los tres años.
A los 145 niños evaluados (algunos de ellos con depresión, otros con trastorno por déficit de atención con hiperactividad y otros sanos), se les realizó cada año una resonancia magnética, además de test psicológicos y psiquiátricos para medir otras dimensiones del desarrollo a nivel psicosocial y del comportamiento.
Los resultados del estudio demuestran que la exposición a la pobreza en la infancia (cuyo límite está establecido en una renta inferior a 23.500 dólares para una familia de cuatro personas) está asociado con un menor volumen de materia blanca, corteza cerebral, hipocampo y amígdala en niños y adolescentes. Además, comprobaron que los principales cambios en el hipocampo de los niños de familias con escasos recursos no se debía a un problema de dinero sino a la manera en que sus padres les cuidaban, valorada mediante un test.
El problema que detectaron estos investigadores es que los padres con pocos recursos estaban más estresados y eran menos capaces de criar a sus hijos en los ejercicios que les realizaron. En los casos en los que los progenitores con pocos recursos cuidaban mejor de sus vástagos, los niños eran menos propensos a exhibir los mismos cambios anatómicos en sus cerebros que aquellos que recibían peores cuidados.
“Los padres pueden ser menos reactivos emocionalmente por un montón de razones”, explica esta investigadora. “Ellos pueden tener dos trabajos para conseguir dinero para alimentos. Quizás viven en un entorno menos seguro. Pueden enfrentarse a mucho estrés, y algunos no tienen la capacidad para dedicarse al cuidado de la misma forma que los padres que no viven con circunstancias tan adversas”.
Por otro lado, los niños de familias pobres viven más momentos estresantes, como puede ser varias mudanzas o cambios de colegio, que pueden influir en el desarrollo de su cerebro.
Estos cambios en el desarrollo cerebral pueden conducir a diferentes problemas a lo largo de la vida como depresión, dificultades en el aprendizaje y limitaciones a la hora de afrontar situaciones estresantes. Además, el trabajo demuestra que estos cambios pueden extenderse en función del cuidado ofrecido por los padres.
“Sabemos desde hace mucho tiempo, por estudios del comportamiento, que la exposición a la pobreza es uno de los predictores más fuertes de malos resultados cognitivos en la infancia”, explica Luby. “Un creciente número de estudios de imagen y de neurociencia han mostrado recientemente que la pobreza también tienen un efecto negativo en el desarrollo cerebral. Lo novedoso es que nuestra investigación evidencia los efectos de la pobreza en un cerebro en desarrollo, particularmente en el hipocampo, lo que está fuertemente influenciado por el cuidado de los padres y factores estresantes que los niños experimentan”, aclara esta investigadora.
Este trabajo “nos muestra cómo dos experiencias específicas -la calidad del cuidado y el estrés- pueden impactar en una estructura [el hipocampo] que juega un papel principal en el aprendizaje y la memoria, al igual que en la capacidad para modular la respuesta al estrés”, señala Charles A. Nelson, profesor de pediatría en la Universidad de Harvard y director de Investigación en el Hospital Infantil de Boston, en un editorial que publica también JAMA Pediatrics.
El estudio concluye que recibir una atención de calidad en la infancia es un objetivo que “se puede lograr a través del apoyo y la educación parental, junto con programas preescolares que ofrezcan un buen suplemento para el cuidado y la seguridad de los niños pequeños más vulnerables”. Porque, como señala Luby, “los niños que reciben un buen cuidado en su infancia no experimentan necesariamente problemas del desarrollo, cognitivo y emocionales que pueden afectar a niños que no cuentan con este apoyo parental y que es tremendamente importante. Este estudio nos da un objetivo tangible y viable relacionado con intervenciones precoces que se focalicen sobre el cuidado paterno”.
Fuente: http://www.elmundo.es/salud/2013/10/29/526ebc4c0ab740d02d8b4588.html