La vuelta a clases presenciales
Pude presenciar, el pasado jueves, el intercambio de opiniones coordinado por EDUCA —a quienes felicito por su iniciativa y aportes en este proceso— con padres y organizaciones competentes sobre la posibilidad de vuelta a clases presenciales en República Dominicana. Me quedan muy claras algunas ideas:
1. Los padres y madres en sentido general, los cuales no por tener hijos son expertos en materia de educación, no están en capacidad de visualizar las consecuencias e implicaciones del confinamiento de sus hijos y su inasistencia al aula por tiempo indefinido.
2. Cuando se habla del valor de la socialización en la escuela, alguna gente piensa en “recreación” y simplemente en compartir con los amigos —alguien habló de compensarla con “pijama party” y junta con amiguitos, que parece que fuera del aula no se contagiarán el virus—. No se piensa que, en la interacción de cuerpo a cuerpo, se adquieren nuevas y más complejas formas de razonamiento; que, fuera del ámbito familiar, en la formalidad “incómoda” de la escuela, frente a la autoridad en manos de adultos que no son los padres, digamos fuera del área de confort del hogar, el niño y el joven se van entrenando en los diferentes roles que jugarán de adultos. La manera de interpelar y retar a un alumno en el aula —rodeado de sus pares y maestros, pero no sus más íntimos— no se compara con las posibilidades de los dispositivos tecnológicos en la francachela del hogar, donde el alumno acude a otros auxilios, otros manejos y otras vías de distracción, además de que no necesariamente cuenta con la supervisión y soporte académico mínimos.
La educación escolar es algo más que lo que provee la virtualidad aun cuando las aulas no estén en las condiciones perfectas. Insisto: en el aula nuestros hijos aprenden a manejarse c on los diversos modelos de conducta y maneras de pensar y razonar de adultos y coetáneos, a verse en el espejo de los otros que no son su familia, a crear su visión de sí mismos, a establecer gustos y rechazos y mucho más… Todo esto frente a la virtualidad que los mantiene dentro del ambiente de comodidad, dentro de la disciplina que menos los cuestiona y que menos les demanda… La computadora y los dispositivos electrónicos no son la escuela; solo son excelentes complementos y herramientas para la comunicación y los procesos de enseñanza.
3. Algunos padres esgrimen su derecho constitucional a elegir “el tipo de educación que quieren para sus hijos”, en lo que gracias a Dios tienen la razón. Solo que no podemos olvidar que el derecho de nuestros hijos a “recibir educación” nos crea a los padres y al estado un deber irrenunciable de propiciar ese derecho. Sencillamente no somos libres de excluir a nuestros hijos, ni por ignorancia ni por comodidad ni intransigencia.
Y no se trata de que una familia particular pueda acceder o no a modalidades exclusivas de educación —como la homeschooling mencionada en el panel, que, sin duda, es para un segmento muy reducido—. Es que el Estado tiene la obligación de habilitar las aulas con los recursos a su alcance y, en nuestro caso, tiene que ayudarse de la escuela privada que, históricamente, ha suplido sus deficiencias. El Gobierno tiene que pensar, fuera de mentiras y medias verdades politiqueras, en los cientos de miles de niños que, incluso sin el menor riesgo de contagio, están en sus casas perdiendo un tiempo precioso de sus vidas, sin escuela, ¡sin libros!, y sin ningún recurso a mano para su educación, mientras una larga nómina de maestros está en la sala de espera, sin misión y muchos sin oficio…
El Estado tiene que evitar la quiebra de las escuelas privadas, que son su bastón para cumplir con su deber; así como evitar, a toda costa, una deserción incontrolada de nuestra población escolar, de la cual todavía se desconocen volumen y consecuencias.
4. Hablamos de que “exigimos” seguridad para nuestros hijos para dejarlos volver al aula en las actuales condiciones sanitarias. Pero no queda claro de qué seguridad hablamos. Volvemos a un tema recurrente que ya debía estar claro: nadie puede asegurarnos que nuestros hijos no se van a contagiar de nada. Y no es que nuestros hijos sean conejillos de Indias, es que las soluciones son otras. Como cuando podían contagiarse de la H1N1, o cuando hay una epidemia de dengue, chiKungunya y etc. sin que se fumiguen los planteles…, ¿recuerdan? Hemos tomado precauciones por nuestra parte, hemos confiado en los protocolos de cuidado de la escuela, y hemos aislado y atendido al enfermo. NO SE CIERRAN ESCUELAS para enfermos y sanos por igual y mucho menos por tanto tiempo, echando a perder por ahora dos años escolares.
5. Ahora, de golpe, caemos en la cuenta de la “brecha” entre escuelas públicas y privadas. Pero, como decía el presidente de EDUCA en el referido conversatorio: la brecha no tiene nada que ver con la pandemia. Tampoco tienen que ver las condiciones de nuestras escuelas que algunos parece que están descubriendo ahora. La falta de agua, la planta física y todas las precariedades de nuestras aulas y escuelas no son resultado de la situación sanitaria actual. Ese es el siguiente tema de discusión. Mientras tanto, no atemos a nuestros hijos a la exclusividad de un dispositivo electrónico, apertrechados en que no hay lo que nunca hubo… Me uno a las voces que ya han dicho: no busquemos unificarnos en el mínimo, busquemos elevar a todos al nivel de lo mejor que está a nuestro alcance.
Solo quiero agregar
1. Esta situación sanitaria no tiene fecha de término, y no podemos decir que no lo sabemos. Ya se está hablando de terceras dosis de vacunas… Y luego vendrán otras… La vacuna no es una solución inmediata. ¿Estamos malinterpretando o esto simplemente puede durar años? Algunos estiman que la pandemia solo amainará por épocas y está prevista para terminar por el ¡2025…! En todo caso, miremos a largo plazo, no subestimemos al enemigo. No sigamos debatiéndonos entre argumentos insostenibles, mientras ponemos en juego el futuro desempeño de nuestros hijos.
2. Creo que todas las posiciones de padres y maestros son respetables y comprensibles; pero no nos desgastemos en justificarnos, pensemos en acciones que puedan aportar soluciones. Abramos las puertas y acompañemos el proceso de vuelta a las aulas con responsabilidad y valentía. No contribuyamos a la ineficacia y rémoras del Estado, no hagamos juego al pánico cobarde e irracional que tiene encerrados a los sanos.
3. Me uno al llamado al Gobierno para que abra las aulas ya, ¡urgente! Que pase ya de las palabras a la acción, de la rueda de prensa a la ejecución, y ponga las condiciones necesarias para que familias y escuelas cumplan con el derecho de nuestros hijos a la educación, según las condiciones reales de los centros educativos y conforme con los protocolos de seguridad requeridos.