Las muchas caras de la Luna
Inspiración de poetas, presencia enigmática en el cielo estrellado, nuestro satélite natural ha despertado, desde siempre, curiosidad y asombro.
En su libro El libro de la Luna (Blackie Books), la joven astrofísica francesa Fatoumata Kébé nos acerca a su leyenda y mitología, y nos desvela aspectos científicos sobre su origen, su composición y la historia de su nombre, que pasó al español directamente del latín. De la misma procedencia son las denominaciones en portugués – lua– , francés – lune – o italiano – luna –. En la antigua Roma también se la llamaba mensis –el mismo término usado para ‘mes’–, que significa ‘brillar’, ‘alumbrar’. Este término procede del indoeuropeo, mon , de donde pasó al griego, men , y finalmente al latín, mensis , origen en castellano de mes , mensual o menstruación .
Esa es la etimología de Mond , en alemán, moon , en inglés –de donde viene monday , día de la luna– o maan , en neerlandés. Y de men salió lumen , en latín, desde donde nos llegó, por ejemplo, el verbo iluminar .
Además, la Luna aparece en el mundo clásico ligada a la diosa Selene, hija de los titanes Hiperión y Tea. De su nombre derivan selenita , referida a los habitantes imaginarios del satélite terrestre; selenografía , parte de la astronomía que se encarga de su descripción; y selenosis , denominación que reciben las manchas blancas que aparecen con frecuencia en las uñas, conocidas tradicionalmente como mentiras .
Y, para finalizar, no debemos olvidar los aborrecidos lunes –el día dedicado a la Luna prácticamente en todos los idiomas: lunedi en italiano, lundi en francés, luni en rumano, dilluns en catalán…–, ni las palabras lunar , lunado o lunático , ya que se pensaba que el magnetismo lunar alteraba el estado anímico de los locos.
Es bien sabido que los perros ladran, las vacas mugen y los caballos relinchan. Por su parte, los gatos hacen dos cosas: maúllan o mayan, del verbo mayar , ya que ambos son correctos y tienen idéntico significado.
Pero hay sonidos emitidos por animales que se expresan específicamente con verbos algo más complicados y desusados. Así, por ejemplo, las ballenas resoplan , los búhos chuchean, los patos parpan , los cisnes voznan , los reptiles sisean , los guacamayos clamorean , las palomas zurean o zurrían , los murciélagos chirrían , los elefantes barritan , los jabalíes arrúan y las panteras –pásmate– himplan .
Cuentan que fue una idea que se le ocurrió a William George Manby, inventor, publicista y capitán del ejército británico, cuando vio cómo un grupo de bomberos intentaba, sin éxito, apagar un incendio en Edimburgo, al no conseguir que el agua llegara a los pisos más altos. Patentó entonces un extraño artilugio de cuatro cilindros: tres de ellos estaban llenos de agua, y un cuarto de aire comprimido que la impulsaba a través de una pequeña manguera. Era portátil y podía acercarse al fuego todo lo que fuera necesario: había nacido el extintor.
De hecho, el nombre original fue ese, extinguisher, de donde pasó a otros idiomas casi sin cambios: extincteuren francés o estintoreen italiano. Un artilugio cuya presencia se ha vuelto habitual en nuestras vidas y que en algunos países americanos, como Argentina, Uruguay o Bolivia, se llama de otro modo, aún más directo: matafuegos.
Cuando se construyeron las primeras embarcaciones a vapor y hubo que buscarles un nombre se acudió, como era habitual, al griego. Así, de pyros , ‘fuego’, y skáphe , ‘barco’, nació piróscafo .
Si alguna vez te encuentras un ET y te dirige el saludo de arriba, no le corrijas: terrígena define, efectivamente, a todo aquello nacido o engendrado en la Tierra.
Por el contrario, alienígena es lo que viene del espacio exterior, aunque también podemos usarlo para referirnos a quien está en un país que no es el propio.