Mi pareja ya no es un bombón
La lógica natural dice que la transformación es gradual, pero con la misma sorpresa con que un día encontramos moho en el pan lactal, la decadencia de nuestro bombón nos llega como una revelación. Como si, de repente, él fuera otro: más panzón, más arrugado, más peludo…, ¡más parecido a tu suegro!
La primera reacción es una mezcla de decepción e indignación: tu te la pasas corriendo todo el día para no perderte una sola clase en el gimnasio y/o Pilates, inviertrs una considerable suma de dinero en tratamientos y cremas de belleza de todo tipo y demuestras la fuerza de voluntad de un asceta frente a cualquier posible exceso de carbohidratos. Él, en cambio, no duda en arremeter contra cualquier buen choripán que se cruce en su camino, toma cerveza como si todos los días fueran Año Nuevo, no pisa un gimnasio desde hace unos cuantos añitos y te mira con odio cada vez que sugieres una crema antiarrugas. Por supuesto, nada de esto parece importarle, porque además se considera inmortal. Claramente, ambos tienen una imagen diferente de lo que es “un dios del Olimpo” (la tuya está inspirada en una fantasía con Channing Tatum).
Nos preguntamos: ¿cómo llegamos a este punto?, ¿ya no le importa seducirme?, ¿es mi culpa por no exigirle o tengo que ser más comprensiva?, con la certeza de que lo que está en peligro es el deseo y, con este, el futuro de nuestra pareja.
Chocolate
Pero lo cierto es que este punto de inflexión es un puente que todas las parejas atraviesan tarde o temprano, y está ligado a lo que conocemos como “la química del amor”: cuando nos enamoramos, experimentamos cambios bioquímicos que producen efectos comparables con los de consumir chocolates. De ahí que liguemos la idea de “comernos un bombón” a la primera imagen que nos hacemos de nuestro amor. Estar con él, besarlo, mirarlo intensamente, libera en nuestro cuerpo hormonas (como dopamina y oxitocina) que, entre otras cosas, nos facilitan enfocarnos en las cualidades del otro que nos causan placer…, camuflando de “intrascendente” todo lo demás. Según los investigadores, esta etapa puede durar de 6 meses a 3 años, al cabo de los cuales sale a la luz toda la pelusa escondida debajo de la alfombra.
Envoltorio
Junto con las hormonas que nos proporcionan una visión selectiva, nuestra mente apoya el operativo “bombón” a partir de otra operación que la psicología llama “investir”: se trata de ligar cierta energía a una representación para que tenga un sentido especial para nosotros. Así como hoy invertimos preciosos minutos en nuestro cuidado personal y podemos justificar cualquier importe por una buena crema, en algún momento pusimos nuestra energía en justificar como “canchero” el corte de pelo desprolijo de ese hombre, sus zapatillas derruidas o la forma relajada en que te invitaba a un happy hour el día lunes. Perdidas las investiduras, todo esto se ve resignificado: no te hace ni un poco de gracia que, en total desprecio por esa panza cervecera creciente, el señor decida beber alcohol cualquier día de la semana.
Relleno
Pero lo que tendemos a obviar es que ellos también enfrentan el mismo desencanto. Preguntate si te gustaría que él te juzgara únicamente por tu aspecto físico. ¿Qué pasa con tu inteligencia, la dedicación con que cuidas de tu familia, tu dulzura, tu creatividad…? Parece fácil ver la arruga en el ojo ajeno, pero ¿realmente queremos que la medida de la cintura sea la medida de nuestro amor? ¿O que nuestras conversaciones se basen en dietas y recuentos de calorías? Empecemos por entender que ese espanto por la arruga del otro es, en realidad, miedo a la arruga propia, y propongámonos verla como una señal de experiencia, del tiempo transitado juntos. Como algo positivo. El otro funciona así como un espejo, es más fácil y menos duro verlo en él que en nosotras mismas.
Sabor
Si vamos a elegir un solo hombre para comprometernos por el resto de la vida, más vale sentirnos atraídas por él. Pero tampoco podemos ponderar la atracción física como el valor más importante en nuestra escala, porque, a la larga, no es lo que realmente importa. ¿Y qué es lo que importa? Anota este listado mágico: la comunicación, la confianza, la intimidad (¡que no debe ser confundida con la capacidad de ir al baño con la puerta abierta!), el compromiso y, no te pierdas este último punto…, la celebración. Por extraño que parezca, festejar los momentos felices es más importante que apoyarse en los momentos complicados. Así que no dudes frente a la primera oportunidad de abrir juntos ese champán -¡ya no cerveza!- que está durmiendo en la puerta de la heladera desde hace meses. Celébrense.
Claves prácticas
Sacá el automático: no hay misterio ni atracción si no hay espacio para la sorpresa. No debemos asumir que sabemos lo que está pensando o sintiendo el otro. Comunicar no es solo expresarse: mucho más importante es saber escuchar. Y no solo con el oído, también podemos escuchar con el cuerpo. Con solo prestar especial atención a un ligero roce, este gesto puede volverse altamente erótico. Pero si vamos en “velocidad crucero”, nos será imposible registrarlo. Antes de quejarte de la panza antierótica, revisa si no eres tu la que está esquivando por inercia el prestar la suficiente atención a la conversación silenciosa de los sentidos.
Inspiralo a mejorar su calidad de vida: si realmente nuestro hombre necesita reencontrarse con el ejercicio físico, sugiere como un muy necesario espacio propio (donde sea él quien elija qué actividad va a desarrollar, con qué amigos, en qué día y en qué tiempos). También podemos proponerle descubrir en bicicleta distintos espacios de la ciudad los fines de semana, más en clave de salida exploratoria y aventurera que como una rutina de fitness, o podemos ocuparnos de llevar a la mesa un menú más equilibrado (pero sin matarlo de hambre, porque se lo va a tomar como un avance desmedido contra su libertad y ¡se resistirá!). ¿Equivale a portarse como una madre? No. Es ayudarlo a experimentar que quizá no sea tan difícil modificar ciertos hábitos para sentirse mejor. Vas a ver cómo le agarra el gustito.