Octubre y sus lunas: menos horas de sol, más luz nocturna
En la cultura popular, las lunas de octubre son especialmente admiradas. Las más bonitas, asegura su relato. Con el comienzo del frío, el otoño recién estrenado y las noches cada vez más largas, el cielo en la penumbra parece estar iluminado como en ninguna otra época, y desde siglos atrás, nuestros ancestros identificaron esta luz repentina en la oscuridad como una señal, un satélite más grande, más redondo, más brillante. Una luna cambiante en todo su esplendor. Pero, ¿de verdad son especialmente bellas?
Como explica en el portal de ‘El Tiempo‘ Alejandro Riveiro, escritor de ciencia ficción y aficionado a la divulgación de astronomía, los nombres que han trascendido en ese hilo heredado de conceptos provienen, en su mayoría, de los que empleaban las tribus nativas de América del Norte.
Para aquellas poblaciones, la luna llena de cada mes ya recibía un nombre diferente, siempre relacionado con acontecimientos que se producirían bajo ella. “Es, a decir verdad, de lo más intrigante porque permite ver la relación que tenían nuestros antepasados (en diferentes partes del mundo) con la luna. Así, por ejemplo, tenemos la luna fría, que es la luna llena de diciembre, por coincidir con la llegada de las noches más frías del año”, apunta Riveiro.
Un continuo de luz
Aunque si bien en España tenemos nuestra propia lista de nombres para la luna llena, curiosamente, en ambos casos la de septiembre es conocida como la luna de la cosecha, a la que le sigue después otra conocida como luna azul o luna del cazador. Esta es la que podrá verse en la noche del próximo día 9.
La Luna de la cosecha recibe este nombre por ser la más cercana al equinoccio de otoño, que ocurre en septiembre en el hemisferio norte y en marzo en el hemisferio sur. Para entonces, el satélite aparece poco después de la puesta de sol, lo que antaño permitía a los agricultores trabajar durante más tiempo y cosechar los cultivos al atardecer, bajo un continuo de luz.
De la misma forma, antes de las primeras nieves, varios miembros de las diferentes tribus debían salir de caza para abastecer al pueblo de comida durante el invierno. Pronto se dieron cuenta de que había una noche especial para la tarea, y esa era la noche de la luna llena de mediados o finales de octubre (dependiendo del año). Su luz salía temprano por el horizonte y, además, el momento coincidía con el período de migración de las aves. Suponía, pues, una oportunidad estupenda para conseguir volver cargados.
La señal del frío
De media, la Luna tiende a salir unos 50 minutos más tarde de la puesta de sol de cada día. Sin embargo, la de la cosecha y la del cazador se elevan solo unos 30 a 35 minutos más tarde durante varios días, tanto antes y después de la luna llena. Ese es el detalle que hace especiales a ambas: con ellas parece que nunca se hace de noche.
Según explica Rafael Bachiller, director del Observatorio Astronómico Nacional (Instituto Geográfico Nacional) y académico de la Real Academia de Doctores de España, durante este mes se podrán apreciar las cuatro fases lunares en su totalidad, con sus respectivas influencias en tan diversos ámbitos de la vida en la tierra.
Bellezas aparte, lo cierto es que hay algo de magia en un transcurso que mientras pierde horas diurnas, de pronto, se niega a la penumbra, como si aún no estuviera preparado. Así, octubre resulta un mes de tránsito hacia lo distinto, tal vez con las mayores de las diferencias. Es por todo ello que otra de las creencias reconoce la primera luna llena de octubre como señal: se aproxima el frío, el primer relente, la primera helada del año, otra vez. Un frío que en el viento algunos interpretan como el eco de nuestros seres queridos fallecidos que vuelven para ser recordados.