Operación Perejil: Racismo y Despotismo
El 2 de octubre de 1937, el Masacre bajó rojo. Trajo en su cauce la sangre de miles de nacionales haitianos que fueron acribillados en sus orillas por oficiales dominicanos ordenados por el tirano Rafael L. Trujillo.
Este río, fue dos veces bautizado con el desagradable topónimo de Masacre, la primera vez en 1728 cuando los españoles liquidaron a cientos de colonos franceses y la segunda cuando el racismo de Trujillo y su despótico régimen, impusieron la “dominicanización” de la frontera.
A fuerza de establecer unas supuestas diferencias abismales entre haitianos y dominicanos, Trujillo selló con tinta de sangre la división fronteriza definitiva de 1935, cuyos intentos anteriores trajeron tantos percances desde los tiempos coloniales. Sin embargo, la medida del dictador no fue ni la más efectiva ni mucho menos la más humana. Por tanto fue conminado a indemnizar a Haití la suma de 750,000 dólares que el dictador redujo a 525,000, siendo así un pago estimado de 17.5 dólares por persona.
Esta fue una acción denigrante e inhumana apoyada por Estados Unidos y acordada con el gobierno de turno de Haití, Sténio Vincent, para quien los nacionales acribillados, no representaban una pérdida en términos de élite social.
En el ensayo La Frontera de Milagros Ricourt, catedrática de Lehman College en Nueva York, a partir del acuerdo fronterizo se trazó “un camino hacia un genocidio preconcebido”. Se recuerda que el día anterior al inicio de la matanza, Trujillo anunció en un baile en Dajabón, que “remediaría” el problema.
Los más de 30,000 haitianos, que perdieron sus vidas entre el 2 y el 8 de octubre de 1937, fueron ultimados por oficiales del ejército, la policía, civiles, y voluntarios en general, que incluso cerraron el puente sobre el Artibonito, para impedir la fuga de los haitianos. Bajo la ignominiosa, formulación de pronunciar la palabra “perejil” cuya “r” es imposible decir en creole, los oficiales dominicanos procedían a liquidarlos con armas blancas o de fuego.
La sangre de hombres, mujeres, niños y ancianos, que cayeron en las fauces, del insaciable déspota, corrió río abajo y tiñó de luto la frontera. El decir a veces, de algunas personas que la muerte de Trujillo no fue tan cruel, para sus hechos, halla sus causas en la impotencia y la rabia de aquellos cuyos corazones se unieron al de los haitianos en un solo gemido.
El tiempo pasó, y la Masacre del 37’ ya forma parte de los libros, pero no se la tragó la historia como otros hechos, sino que se pasea por nuestros días, como una sangrienta fotografía de racismo y despotismo, y así recordarnos, que todos tenemos sangre roja, todos somos hermanos y todos somos pagados con la misma moneda.