Presidente de venezuela no logra desalojar a las hijas de Chávez de la residencia presidencial
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, aún no ha podido dormir ni una sola noche en la residencia presidencial, La Casona, desde que se alzó con el mando de la República Bolivariana de Venezuela el pasado 14 de abril en unas reñidísimas elecciones. Maduro no ha podido consumar lo que por ley le corresponde: tomar posesión de la noble residencia presidencial, porque La Casona sigue ocupada por las hijas de su antiguo inquilino, el fallecido presidente Hugo Chávez, pese a que este murió el 5 de marzo de 2013 y la Casona ya hace tiempo que debía haber sido preparada para el nuevo jefe de estado y su familia.
Las hijas de Chávez, Rosa Virginia y María Gabriela, también conocidas como «las infantas», se aferran a la residencia como si fuera un legado que les dejó su padre en herencia, y no han mostrado ninguna intención de mudarse para que al fin puedan tomar posesión de la mansión Nicolás Maduro y su mujer Cilia Flores.
Rosa Virginia y María Gabriela han convertido La Casona en un club social para disfrute compartido con sus numerosos amigos. Las fiestas que organizan «las infantas» atruenan la barriada, según cuentan los vecinos de la urbanización La Carlota y Santa Cecilia, donde está ubicada la residencia presidencial. La piscina y la sala privada de cineson dos de las dependencias preferidas para tan frecuentada vida social.
Además, por lo visto, los ágapes les salen muy baratos. Los restaurantes de comida rápida y las agencias de catering ya no aceptan más pedidos de pizzas, hamburguesas y bebidas refrescantes y espirituosas porque, aseguran, los inquilinos de La Casona ya han dejado de pagarles. No es la primera queja relacionada con la agitada vida social de las hijas de Chávez. Las empresas de espectáculos se duelen de que deben regalarles unas treinta entradas cada vez que contratan a un artista internacional. Así, «las infantas» pueden repartir las invitaciones entre sus amigos.
Rosa Virginia es la hija mayor de Chávez y está casada con el actual vicepresidente, Jorge Arreaza. Este matrimonio, que se fraguó a la sombra del desaparecido patriarca, ha conocido varios tropiezos, el más reciente por «veleidades» con terceras personas, que han estado a punto de provocar la ruptura de la pareja.
Pese a las peleas conyugales, Rosa Virginia siguió viviendo en la residencia con sus dos hijos, en tanto que su marido se mudó a Fuerte Tiuna, sede del Ministerio de la Defensa, mientras duró el bache matrimonial. Al final se reconciliaron, y el vicepresidente pudo regresar a La Casona.
Contra toda separación
La segunda hija, María Gabriela, de quien dicen que era la consentida de Chávez, hizo un intento de cambiar de residencia. Se mudó a la caraqueña urbanización Alta Florida, a una vivienda que le prestó un viejo aliado de su padre. Allí se dedicó a escribir un libro dedicado a la memoria del fallecido presidente. Pero María Gabriela parece que no soportó vivir más en Alta Florida sin el lujo del poder del que disfrutaba en la residencia presidencial. Y a principios de este año regresó a La Casona.
Los venezolanos se preguntan cómo es posible que las hijas de Chávez se aferren con tal tenacidad a la residencia presidencial, mientras Maduro y su mujer siguen viviendo en La Viñeta, una residencia destinada al vicepresidente y a los jefes de Estado de visita en el país.
Construida en 1964 en estilo colonial al este de Caracas, La Casonaforma parte del patrimonio histórico y cultural de Venezuela. Cuenta con ocho salones, una sala de cine privada, seis habitaciones principales y varias para huéspedes, una piscina y amplios jardines enmarcados por una hilera de columnas bordeando la mansión.