Rubirosa: ¿Por qué tantas mujeres lo amaron?
Un amigo me dijo un día que deseaba escribir un libro sobre Porfirio Rubirosa, pero no disponía de medios para ir a Paris y a Madrid, entre otras capitales del mundo: Meses después, le llevé y, luego escribió la primera publicación biográfica nacional sobre la primera leyenda dominicana en el mundo, El Amante del siglo XX.
Rita Hayworth
Porfirio no tenía la apariencia de Valentino, era más bien de facciones ordinarias y, no era rico; en un mundo racista, era mulato y procedía de un pequeño país que nadie conocía; sin embargo, casó con las dos mujeres más ricas del mundo –Doris Duke y Bárbara Hutton -y, las dejaba por las más lindas de la época – Danielle Darrieud y Zsa Zsa Gabor-. Las mujeres más famosas, las leyendas – Marilyn Monroe, Ava Gardner -, le adoraban y los hombres más ricos y poderosos, buscaban su amistad. ¿Qué tenía él que no tuvieron Don Juan Tenorio, ni Casanova?
Trujillo – con cuya hija casó – solía decir, que “era bueno en su trabajo, porque le gusta a las mujeres y es un mentiroso maravilloso”. Pero es que igualmente le gustaba a reyes, presidentes y príncipes por su refinada bohemia, su don de gente y dominio de idiomas. Tenía un encanto y atractivo personal que lo hacía sentirse y comportarse, como un igual irreverente entre ellos.
Rubí, como le llamaban entendió que cuando a los ojos de una mujer no encuentres gracia, acércate a sus oídos y háblale a su corazón, si le conquistas, que de eso se trata, luego: “Jamás hagas el amor pensando en ti, hazlo para ella”. Primero, siempre ellas.
El símbolo sexual de su época, Zsa Zsa Gabor le vio una noche, en un hotel en Londres durante una cena: “Definitivamente, ese no es mi tipo” dijo al verle pasar. Y, no lo era, el mundo con los hombres más famosos, bellos y poderosos, estaba a sus pies. El dominicano un día la encontró en un ascensor en New York, según narra ella en sus memorias, “nada que ver” siguió pensando ella. Poco después le llenó su habitación de rosas y, una simple tarjeta: para una bella dama. Y, la invitó a cenar.
De la cena de esa noche ella escribiría décadas más tarde: “Este hombre moreno de ojos radiantes mirándome, envolviéndome con una mirada de tal intensidad que sentía como si todo el mundo se esfumara y sólo permanecíamos él y yo”.
Rubí sabía hacerse el centro de la atención para atender a los demás, en particular a las damas; emanaba seguridad en un donaire que nada se tomaba en serio, en resumen, era entretenido, radiante y sonriente. Incluso, si debía empeñar su Ferrari para pagar la cena: en la conquista, lo apostaba todo.
Suelen decir que su fama dependía del tamaño de su miembro varonil y, hasta de un mejunje llamado pega palo, nada apunta a que su éxito dependiera de tales instrumentos, sino de la enseñanza que se extrae de su frase “quiero morir cuando no pueda cansar a un caballo, satisfacer a una mujer o regar una cena con champaña”.
Le era permanente la temeridad en los deportes y en el amor, en este último, era un caballero, entretenido y atrevido que practicaba el arte de enamorar y el de amar.
Que su elegancia, temeridad, atractivo y hasta su encantadora irresponsabilidad hayan sido utilizadas como elementos esenciales para crear a James Bond, no es por azar, ni lo es que Sean Connery, haya sido su mejor interprete: en lo profundo del ser, de la mayoría, el exhibe los elementos básicos que cada hombre desea tener y que cada mujer quiere, en su amante.
Poliglota, curtido y educado en la Francia romántica, estuvo en los principales eventos del siglo XX, en los juegos de Munich, en la Europa de la Segunda Guerra Mundial, en la Revolución Cubana y en la formación del jet set internacional, todo eso le daba conexiones, actualidad y temas. El, deslumbraba.
Pero igualmente, era hombre y también, se enamoraba o al menos, al final se enamoró; al morir en un accidente a los 56 años en 1965 llevaba 9 años casado con la bellísima actriz, Odile Rodin, a quien conoció de 19 años, al parecer, la única mujer que doblegó al salvaje, “caballo viejo”.
Nadie “conquista”, si trata de ser un encanto solo para “ella”; el arte de hacerse amar, también contiene ambiente, éste recibe y transmite las energías que provienen del trato y los afectos creando la magia que da nacimiento a la ilusión y, en eso, Rubí, era un maestro. Hemos indicado que le amaban mujeres, bellas, famosas y ricas, que le aprecian los hombres más poderosos, inteligentes y afortunados; sin embargo, en ese viaje en que acompañé a mi amigo, pase horas tomando café, oyendo hablar, enamorados de él, a los camareros que sobrevivían en los lugares que frecuentaba: todos le adoraban.
No sé si este seductor era bueno o malo, empero sus métodos para hacerse amar, funcionaban y según parece, son los que todavía, deben ser aprendidos por los hombres toscos que olvidan las reglas de la conquista en lo que queda del mundo de hembra y varón, dama y caballero: lo querían, porque sabía darse a querer. Y, sobre todo, se dedicaba a conocerlas: si no las conoces no las enamoras. Buen amante es sólo aquel hombre que controla el egoísmo de satisfacerse hasta que “sabe” que ella, lo ha logrado, plenamente, el otro, es un simple varón, egoísta y cabrón a quien, ella, no recordará, al menos, en buenos términos.
Pero, para confirmar el dicho de que dichoso en el amor…, Rubí, era pésimo en los negocios, pero un gran “muelú”. Tenía, magia y estilo y, en el fondo, lo que ellas quieren es a un Rubí que, aun por un instante las haya soñar y vivirlo.
Fuente: Actualidad Dominicana.