¿Se pueden distinguir las sonrisas falsas de las sinceras?
¿Es la mirada el reflejo del alma? ¿Se puede tener de buena persona? Desde tiempos antiguos y hasta el siglo XIX, muchos artistas, filósofos y científicos pensaron que sí. Incluso Charles Darwin consideraba que las expresiones de la cara eran nítidos y honestos de las emociones, las virtudes y los vicios. Con la intención comprobar esto, ya en la década de los sesenta, un pequeño grupo de científicos se propuso analizar cientos de fotografías, películas y gestos en actores e individuos corrientes.
Concluyeron que había seis expresiones faciales primarias (sorpresa, enfado, tristeza, asco, miedo y felicidad) y que el resto eran algo así como combinaciones de las anteriores. También se consideró que estos gestos eran en general universales, es decir, que una mueca de asco significaba lo mismo en Madrid que en Papúa, pero que a veces había ciertos matices culturales. Sin embargo, el hecho de que las expresiones se pudieran controlar o incluso enmascarar a voluntad desconcertó a los científicos.
Por ello, el debate de si las expresiones faciales son un reflejo cristalino de las emociones o si en realidad son una forma de influir a los demás sigue abierto. Así ocurre por ejemplo con la. Mientras que unos científicos consideran que es una de alegría y felicidad, otros consideran que su función es cambiar la conducta de las personas con las que interactuamos.
«La sonrisa del bebé es probablemente la mejor ilustración de lo que verdaderamente es una sonrisa también en los adultos. (…) Los padres se imaginan que el bebé está feliz, pero el pequeño cerebro del bebé es demasiado inmaduro para sentir lo que los adultos llamamos “felicidad”», explica José Miguel Fernández-Dols, psicólogo de la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en expresividad y emociones. Lo que ocurre, en su opinión, es que «la naturaleza le ha dotado (al bebé) con un poderoso mecanismo que influencia la conducta de los padres». (Entrevista completa aquí).
De acuerdo con eso, el especialista opina que «la función más frecuente de la sonrisa es facilitar una relación social amistosa». A través de ella, la persona que percibe la sonrisa en el otro puede pensar que el que sonríe está alegre, que le está seduciendo, que le está mostrando agradecimiento o incluso sumisión, todo dependerá del contexto: «Alguien sonriendo cuando nos hemos caído al suelo o nuestro jefe nos ha descalificado, nos está agrediendo. Alguien sonriendo cuando tomamos una cerveza en el bar nos está invitando a interactuar, salvo que observemos que está borracho».
De hecho, para el psicólogo, esta ambigüedad de significados es la causa de que no se pueda hablar de un lenguaje no verbal, puesto que no hay un código ni hay unas claves escritas en ningún libro. Por ello, ve preferible hablar de comportamientos no verbales: «La naturaleza es muy sabia y aporta mucha información sobre cómo nos movemos, qué es lo que hacemos, en qué estado estamos, pero a la naturaleza le gusta jugar a las adivinanzas, y en muchos casos es difícil saber qué es lo que significan exactamente esas señales», explicó en una entrevista para RTVE.
Sonrisas «auténticas»
A pesar de la ambigüedad de las sonrisas y de la influencia del contexto en su significado, los científicos han hecho algunos avances para distinguir entre las espontáneas y las forzadas. En primer lugar, hay microexpresiones (expresiones faciales breves) de la emoción real que a menudo se manifiestan a la vez que la expresión falsa, y que duran apenas 0,05 segundos. En segundo lugar, en ocasiones las expresiones genuinas son distintas a las impuestas.
En el caso de las sonrisas, por ejemplo, mientras que las falsas se producen por la elevación de las comisuras de los labios (músculos cigomáticos), las auténticas además implican a los músculos que rodean a los ojos (orbiculares). Estas sonrisas intensas y supuestamente auténticas producen la aparición temporal de las «patas de gallo» y reciben el nombre de sonrisas de Duchenne, en honor de un fisiólogo francés que investigó la base eléctrica de los movimientos musculares.
Pero, en opinión de Fernández-Dols, no es que las sonrisas de Duchenne sean auténticas, sino simplemente que están más marcadas. Y, aunque el concepto de sonrisa sincera es muy popular, para él resulta «científicamente inviable» y no es más que la forma cotidiana de hablar de un «elevamiento de las comisuras de los labios producida por el músculo cigomático mayor».
Por eso, concluye: «Desde mi punto de vista teórico, la sonrisa no tiene necesaria relación ni con la felicidad ni con estados emocionales más pasajeros.(…) Lloramos en los momentos cúlmenes de nuestra vida, nuestro rostro se contrae en una mueca de dolor en momentos de éxtasis, los seguidores de un equipo deportivo aúllan y fruncen el ceño».
¿Una cuestión de prejuicios?
Y, a pesar de todo, existe alrededor del llamado lenguaje no verbal toda una plétora de interpretaciones y una buena cantidad de personas que le prestan mucha atención a la información que se obtiene a través de los gestos y las expresiones. Para el psicólogo, el motivo de este interés es claro: «En gran medida proyectamos en el otro nuestras expectativas, nuestros prejuicios, nuestros preconceptos y nuestros estereotipos. Es el efecto Pigmalión. Moldeamos el comportamiento del otro, generamos en el otro lo que nuestros prejuicios nos dictan».
Fuente: ABC.es / VIC