Los eclipses y las extrañas reacciones que provocan en los animales
Muchos animales organizan sus días y años según los ciclos de luz y oscuridad.
Estos períodos regulares indican a los animales cuándo deben buscar comida, dormir, migrar y reproducirse.
Si bien se orientan según las horas de luz de las que disfrutan, las fases lunares también influyen de manera decisiva en su comportamiento.
El período sinódico (delimitado por los 28 días que tarda la Luna en volver a estar llena) provoca alteraciones en el campo magnético terrestre, en la fuerza gravitatoria de la Tierra a la Luna y en los niveles de luz nocturnos.
Numerosas especies pueden detectar estos cambios y los utilizan para sincronizar la reproducción. Por ejemplo, el desove masivo de los corales libera decenas de millones de huevos en los arrecifes coincidiendo con la luna llena y nueva.
Pero, ¿qué ocurre cuando la Luna o el Sol presentan comportamientos poco habituales o inesperados, como el desarrollo de un eclipse?
Arañas confusas
El eclipse solar tiene lugar cuando el Sol, la Luna y la Tierra se alinean en el mismo eje, de manera que la Luna bloquea completamente al Sol.
Mientras la gente es testigo del fenómeno, en todo el mundo se suceden comportamientos animales extraordinarios.
De entre todos los acontecimientos cósmicos, quizá el que influya en mayor grado sobre la conducta de los animales sea el eclipse solar. Las especies activas durante el día se dirigen a sus moradas como si la noche hubiera llegado de manera precipitada, y los animales nocturnos creen que se han quedado dormidos.
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Algunas arañas deshacen sus telas, procedimiento que suelen llevar a cabo al final de cada día. Una vez que el eclipse toca a su fin, comienzan a reconstruirlas, posiblemente lamentando la falta de descanso.
De manera similar, los peces y los pájaros activos durante las horas diurnas copan sus lugares de descanso cuando la noche cae, mientras que los murciélagos hacen acto de presencia, engañados por la repentina oscuridad.
En Zimbabue se observaron hipopótamos abandonando los ríos durante el eclipse para dirigirse a tierras menos húmedas a alimentarse como hacen cada noche. A medio camino el eclipse terminó, la luz solar volvió y los hipopótamos desistieron en su esfuerzo. Los animales permanecieron aparentemente agitados y estresados durante el resto del día.
Primates hambrientos
El eclipse lunar, en cambio, tiene lugar cuando la Luna, la Tierra y el Sol se alinean y la Tierra se sitúa entre ambos. La Luna pasa justo por detrás, por lo que la Tierra bloquea los rayos del Sol y provoca la aparición de un brillo rojizo en la Luna.
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La llamada «luna de sangre» solo puede ocurrir cuando la Luna está llena, por lo que resulta complicado separar el impacto que generan los eclipses lunares en los animales comparados con los que produce la luna llena normal.
En 2010, un estudio descubrió que el marikiná de Azara (una especie de primate nocturna) dejó de buscar comida durante un eclipse lunar en Argentina, ya que su capacidad de visión se apagó repentinamente. Es probable que les costase divisar los alimentos o que sus nervios no les permitieran desplazarse de forma segura entre los árboles.
Unas tres veces al año se puede apreciar la superluna, momento en que la luna llena coincide con el perigeo, el punto en el que la Luna se encuentra más cercana a la Tierra.
La distancia entre ambas varía a lo largo del mes, ya que la órbita lunar no es un círculo perfecto. Durante el perigeo, la Luna se muestra unos 46.000 kilómetros más cerca de la Tierra que durante el apogeo, momento en el que el satélite está más alejado de nuestro planeta.
Durante la superluna, los niveles de luz se incrementan por la noche alrededor de un 30% respecto a cualquier punto de la fase lunar mensual, amén del aumento del tamaño del satélite.
Nuestro estudio más reciente reveló que las barnaclas cariblancas responden a este fenómeno incluso durante su hibernación en el sudoeste de Escocia. Gracias a los dispositivos que colocamos a los animales para medir su comportamiento, descubrimos que durante la superluna la frecuencia cardíaca y la temperatura corporal de las barnaclas aumentaban por las noches, cuando normalmente muestran niveles más bajos.
Las aves, sin embargo, no respondieron a los efectos de la superluna cuando esta permaneció oculta tras las nubes negras y la noche hacía gala de su habitual oscuridad.
Así pues, parece que, al igual que nos ocurre a los humanos, la brillante iluminación emitida por la superluna despertó a las barnaclas, aumentando su frecuencia cardíaca y su temperatura corporal con el objetivo de prepararlas para la actividad diaria.
Las fases lunares y su influencia en las personas
Durante siglos, la relación entre la conducta humana y las fases lunares ha fascinado a propios y extraños.
No son pocas las historias y fábulas que conectan nuestros actos con la Luna: quizá el ejemplo más conocido sea el de las criaturas míticas, entre las que se encuentran los hombres-lobo.
No sorprende demasiado, visto lo visto, que hasta 1930 el término «lunático» (del latín lunaticus, que significa «de la Luna») fuera empleado para referirse a personas consideradas enfermas mentales, locas o imprevisibles. A partir de entonces se empezaron a utilizar términos más apropiados y sensibles a la gravedad del asunto.
Hubo un tiempo en el que se creía que las fases lunares provocaban insólitos cambios en la fisiología de algunas personas e incidían directamente en el comportamiento de la sociedad, dando lugar a un amplio abanico de alteraciones que iban desde la tasa de nacimientos hasta la fertilidad, pasando por la epilepsia.
No son pocos los que aún creen que las cifras de altercados violentos y el desorden público aumentan cuando la Luna está llena.
Una serie de estudios publicados a finales de la década de los ochenta no halló pruebas de ningún tipo que permitieran relacionar las fases lunares y el comportamiento humano.
La influencia de la Luna sobre nosotros conserva su aura de leyenda, pero la confusión que siembra sobre los animales salvajes es real como la vida misma.
*Steve Portugal es investigador en biología y fisiología animal en la Universidad de Londres (Royal Holloway) en Reino Unido.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation y está reproducido bajo la licencia Creative Commons.
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